KAMIKAZES ENAMORADOS.
"Juégatela un poco, valiente" (Quique G.)
Una vez leí que habías roto a tu mitad
por miedo a no saber vivir sin ella.
Hoy, he vuelto a encontrarme con esa
frase que andaba perdida en el baúl de las cosas que pretendes olvidar. Para
siempre.
Y luego, he pensado, en la ironía de todo
aquello.
Y sobretodo en lo cobarde de todo
aquello.
He de entender que nunca te pondrás esa
cazadora vaquera oscura, tan bonita, tan favorita, porque algún día desgastará.
He de entender qué porqué encariñarse con
el perro que se tumbará a tu lado cuando tengas frío, dudas o simplemente pena,
si algún día faltará.
He de entender que porqué regalar la flor
como si esta vez sí te importase cuando al final se marchitará.
He de entender que porqué viajar a la ciudad de
la que te llevaste recuerdos, anécdotas y vivencias si volver supone pánico a
que ya no sea (s) igual.
He de entender qué porqué empezar algo en
esta vida si nacemos condenados a morir.
He de entender que sabiendo que todo
tiene un final no merece la pena ningún principio.
Y entonces, lo único que consigo entender
es lo poco que nos hemos parecido nunca.
Lo abismalmente diferentes que somos a la
hora de enfrentar el hecho de estar vivos.
Tú, que por miedo a las huidas, huyes
antes.
Yo, quieta viéndote marchar.
Tú, que “por si no funciona” lo destrozas
primero.
Yo, que me destrocé porque funcionase.
Hoy acabo de entender que los cobardes
nacen muertos – de miedo.
Y ahora ya me cuadra esa conversación del
coche:
-
“No le tengo miedo a la
muerte.”
Pero claro, qué miedo ibas
a tener tú si todo lo que podría devolverte a la vida lo asesinas antes no vaya
a ser que salga bien y entonces te toque vivir y ya puestos, hasta ser feliz un
rato, unos meses o indefinidamente.
Y me doy cuenta de que amar debe ser
mucho más sencillo desde la orilla de tu playa.
En la que jugarás con quién no te
produzca la irracional e incontenible necesidad de salvar si alguna vez se
ahogase.
En mi playa por el contrario, somos dos,
aún a sabiendas de que si uno se ahoga el otro lo hará después naufragando en
un intento vano de socorro. Vano pero real.
¿Y no será que en eso consiste? Lo de
amar, digo.
En depositar un crédito de confianza a
quién es capaz de llevarse por delante en un mordisco el mundo si decide
marchar. Si se desgasta.
Lo otro. Lo que se te da bien a ti. Es
jugar desde el principio con el “AS” en la manga.
Desde el principio te coronas vencedor.
Pero permíteme escribirte, porque nunca
nos dijimos nada;
Lo triste que resulta pasarse el amor
jugando contra el eterno vencido.
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