THE SOUND OF SILENCE
"No sea tan tarde y aún pueda salvarte de la tempestad
Por ti a cucharadas me tomo los restos que puedan quedarte" - T.Birds
Seis,
Siete
Ocho
Seis
Uno
Cero
Tres…
Aún puedo marcarlo entero. Llamarte. Pero
no vas a descolgar.
Nacho Vegas decía aquello de “Te quiero y esto duele.”
Pues yo te digo que, te echo de menos y
esto sí que duele.
Necesito encontrarme con alguien que ya no
está a mi alcance. Haga lo que haga,
vaya dónde vaya, viaje dónde viaje. Y definitivamente, es uno de los
grados de tortura más altos a los que la muerte me ha sometido en vida.
Voy transitando una carretera bajo el
nombre de duelo y no sé cuántas curvas tiene pero lo único que me espera a la
vuelta de cada esquina es la certeza de que no estás.
Después de los tres primeros meses en los
que el cuerpo se anestesia para que la magnitud de la perdida no le lleve al
suicidio, queda la carne al rojo vivo comenzando a supurar la herida.
Ahora pincha y escuece. Son más las cosas
que debería poder contarte y el tiempo que llevo sin hacerlo.
Y serán más. Años de sucesos que te vas a
perder. Cuestiones que la lógica entiende, que el resto de personas que me
rodean entienden e intentan apaciguar con frases como que tú siempre estarás
conmigo.
Coño, eso ya lo sé.
Pero mi lógica entiende que ahora eres
polvo y mi corazón no alcanza a comprender absolutamente nada.
Qué puedo hacer yo con eso si te he
guardado en una segunda estrella imaginaria que lleva al país de Nunca jamás
porque la verdad es, que nunca jamás regresarás.
Y yo, solo tengo fotogramas nuestros de
lo que debería haber sido toda una vida a tú lado.
Después de ti estoy aprendiendo a existir
en una realidad nueva. En la que la muerte sí nos alcanza, irrumpe sin llamar y
transforma todo lo que conocíamos.
En esta nueva realidad soy una mujer
mucho más valiente. Y es que es verdad eso de que, solo a costa de un par de ovarios una se mantiene en
pie y sigue.
Así, sin más, sigue. Por inercia.
También con miedo, un miedo desconocido
para mi antes de todo esto.
Miedo porque entiendo de verdad, que no
somos inmortales, que no hay superhéroes a pesar de que tú serás siempre el
mío. Pero eso no fue suficiente, no pudimos ser más fuertes que la vida.
En esta nueva realidad reconozco que todo
podría pasar en cuestión de segundos y eso también forma parte de lo que temo. Tal
y cómo ocurrió con nosotros.
Ya ves, íbamos a comer juntos cómo tantas
otras veces y sin embargo, fue la última vez que dormí en tu pecho sin una
camilla de por medio, sin bolsas de sangre colgando de las paredes, ni catorce
batas blancas, catorce joder, invadiendo la habitación.
Por eso comprendo que pocas cosas son ya
predecibles. Que amar y destruir van íntimamente ligados.
A veces me gustaría tener Fe. Eso de
pensar que estás allí arriba con toda la gente buena, con un dios que lo abarca
todo y muy especialmente cerca de una ventanita que tenga vistas aquí abajo,
desde la que puedas verme.
Pero me resulta imposible.
Porque creo en un monstruo con guadaña y
capa negra que me despojó de ti.
Porque no sé si será posible que alguna
vez deje de tener pesadillas recordando las horas que pasaron entre la una y
media de la madrugada y las ocho y cuarto del día siguiente.
Tumbada en un sillón duro de una sala de
espera gélida con la cabeza sumergida en ese bolso que hacía de almohada en el
más apabullante y terrorífico silencio al que me he enfrentado jamás.
El hospital cerrado.
Las luces tenues,
algunos pasos de habitación en
habitación,
esa señora que a veces gritaba y nunca
supe porqué, pero aquellos gritos,
los ronquidos de quién se tumbó frente a
mi,
la hora de dormir para los demás
Y –
Tú hora de morir.
Yo, quieta. Aterrorizada. Es la primera
vez que escribo que me dormí llorando y no, esto no es un verso, ni pretendo
que resulte poético. Porque no lo es.
Porque es tenebroso, angustioso y fue
casi inhumano.
No me preguntes cómo me quede dormida
porque no lo sé.
Supongo, que el cuerpo es sabio. Nos
cuida cuando nosotros ya no podemos.
Y mi cuerpo no podía más. Cinco días y ya
no aguantaba más
el
dolor,
el
pánico.
Sabía que esa noche marcaría el resto de
las noches de mi vida.
Me acostaría como otras muchas pero
después, después me levantaría sin ti.
Y eso, eso es demasiado para cualquier
cuerpo,
para
cualquier cabeza,
para
cualquiera.
No culpo aquellos días de no poder creer
en un dios.
No culpo a nadie de nada.
Solo confirmo que habiéndose hecho
tangible la muerte, creo en ella, tanto como la repudio y no puedo sentir que
estás en ninguna parte salvo en mis entrañas.
Entiendo que esta artillería pesada en
forma de ausencia con la que debo cargar el resto de mis días es motivo más que
suficiente para que otros con el mismo peso en la espalda necesiten de una vida
eterna, de un más allá, de un lugar dónde volvernos a encontrar.
Es más, no solo lo entiendo si no que lo
admiro y lo respeto. Muchísimo.
Pero yo tuve que decirte que nos
encontraríamos en ese lugar intacto de mi infancia dónde refugiábamos a Peter
pan y el resto de niños que, como tú, no querían crecer.
De haber sabido que ser adulto implicaba
transitar por esto, tampoco habría querido crecer nunca.
Por eso no estás con ningún dios en
ningún cielo.
Porque el dios en el que yo hubiese
podido creer no te habría arrancado de manera tan salvaje de mi lado.
Prefiero compartirte con piratas.
Parece una gilipollez, quizás lo sea.
Pero no te haces una idea de las fiestas que imagino en el barco de Garfio con
toneladas de Ron.
Y fíjate, ahí, puedo colocar cualquier
disco de sabina sin que desentone.
No se me ocurre mejor sitio que una
fiesta pirata para que de fondo aparezca el maestro. Para escucharte cantar
mientras subes la ceja derecha con cierto aire canalla. Esa ceja.
La cubierta es un lugar idóneo para que
puedas sacar a bailar a Tigrilla, y es que, no nos vamos a engañar, esa
debilidad tuya por las morenazas te la llevas contigo seguro.
Ojalá pudieses contarme cuánto brillan
las estrellas por las noches y cómo se ven desde la proa del barco.
Acabarías la juerga así. Contemplando
junto a ella la inmensidad de un cielo negro y dedicándole tú balada favorita
del Rey del Rock, “Can´t help falling in
love”.
Y sonreirá tantísimo como lo hice yo,
cuando me la dedicaste por mi vigésimo quinto cumpleaños.
Voy a echar de menos esas felicitaciones.
¿Cómo habrían sido las siguientes?
Bueno,
me gusta pensar en las cartas que Peter
escribirá y enamorarán un poco más a Wendy y a Campanilla, mientras tú, le
echas una mano con eso.
Nadie podrá escribir(me) cartas tan
bonitas como las tuyas.
Probablemente nadie me vuelva a escribir
nunca, porque al contrario que tú, quién sabe que esa es mi manera de reconocer
el amor. Todo eso, se fue contigo.
Y es precisamente lo que me hace estar
convencida de que serás el “Cyrano de
Bergerac” de por allí. Que afortunados.
¿Te acuerdas de cuándo fuimos al teatro a
verla? Yo era muy pequeña pero salí llorando.
Nos fuimos los tres a cenar. Mamá, tú y
yo. Y os repetía constantemente que no entendía porque debía esconderse tras
sus cartas, si con palabras tan hermosas daba igual que su rostro no lo fuese.
Me abrazabas, “Que orgulloso estoy de ti
enanilla”. Y supongo que mamá y tú os reíais porque ya con seis años,
vislumbrabais cómo entendería yo el amor años después. No os equivocasteis.
Que lejano resulta todo eso ahora. Que
pequeñita era y que fácil parecía todo entonces.
No me cabe la menor duda de que además de
todo lo anterior, jugarás con los niños perdidos tanto como lo hacías conmigo,
inagotable. Eras inagotable.
Es por todo esto, que ese es tú lugar
Papá.
La isla dónde los niños serán siempre
niños.
La estrella dónde la infancia se preserva
a buen recaudo.
Tú hiciste eso por mi desde que nací
tuya.
Dejas un legado de fantasía. Una apuesta
incondicional por los sueños.
No hay ningún cielo,
No hay ningún dios,
Que pueda hacer eso por el resto de
nosotros. Por los que nos quedamos aquí, contando los días desde que no estás.
Intentando asumir la vida como un espacio
de tiempo conciso. Y bello.
Pero también cruel.
Yo ahora, lo veo así. Esto de vivir.
Me parece como plantar un jardín de
flores por el que caminar y corretear, incluso puedes tumbarte abrazado a ellas
los días de sol inspirando el aroma.
Que bonitas.
Pero, inevitablemente, algún día te rozarás.
Y es que toda rosa está protegida por espinas que crecen en sus tallos
recordándonos que lo más precioso es también hiriente.
Vivir sin ti, es aprender a ser Lucía
herida que cicatriza cada día un poquito peor pero un poquito más.
Vivir papá, es un jardín de rosas con
espinas.
Algún día jefe, no nos volveremos a
encontrar. Pero no importa.
Porque mientras haya versos míos y de
otros, tú y yo, jamás nos habremos dejado de dar la mano.
Te quiero capitán trueno.
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