CINEMA PARADISO
"Hagas lo que hagas, ámalo" - Cinema Paradiso
El arte
siempre ha sido mi manera de salvarme. De huir. Y de quedarme.
Desde
pequeña mis padres me descubrieron un mundo, del que nunca más quise separarme.
Recuerdo
llorar el primer desamor de los dieciséis junto a Mamá, en el salón de casa, al
ritmo de Patti Smith.
Comprendí
la voracidad de algunos silencios con Leonard Cohen y su “Secret Life”, también
comprendí muchas cosas de Mamá.
Las
mañanas en coche hacia el colegio, Papá me acercó al Rock n Roll, ventanillas
bajadas, Elvis a tope y sus
inconfundibles “Blue suede shoes”
Otras
veces tocaba un “Roll over bethoveen” y nunca jamás faltaba Sabina.
Entendí
porque papá escribirá siempre desde la calle Melancolía.
Me
imaginé el amor como “dos gatos al abrigo de los tejados” en las madrugadas de
Madrid y siempre con una penúltima copa por delante.
Supe
que el día que me llamasen “Princesa” no querría escapar.
Con el
cine y el teatro pasó algo parecido.
Viajé
gracias a Mamá al “Este del Edén”, monté en “Un tranvía llamado deseo” y me
convertí en la “rebelde sin causa” que nunca quiso hacerla daño, aunque a veces
no supe evitarlo.
La
literatura fue sentirme protegida en el regazo de Papá.
Sus
manos al pasar las hojas.
Su voz
al leer.
La
literatura fue encontrar en sus ojos a Peter Pan.
-
“Hija solo aquél sin capacidad de soñar es un niño perdido”
Fue su
manera de explicarme porque Peter jamás debía crecer.
En
definitiva, la literatura fue, que nunca te vi llorar Papá.
Después
los años. Y la vida.
Aumenté
las dosis de todo. De libros, de vinilos, de películas en blanco y negro.
Pero
también otras.
Las de
mentiras, las de dolor, las de autodestrucción.
Y
cuando el mundo me parecía un lugar oscuro, un lugar dónde Lucía ya no
respondía ante nada ni nadie, me buscaba en el arte.
Y
siempre, conseguí respirar de nuevo.
El arte
para mí, es el cobijo infranqueable en
el que he ido encontrando pedazos de mí misma que desconocía hasta el momento y
que a día de hoy sigo descubriendo.
He
acariciado la locura preciosa de Virginia Woolf. He sido Miss Dalloway frente al
balcón todas las noches que pasé frío en Nueva York.
Me han
roto emociones antes de llegar “Al faro”. También personas.
Me he
cortado y he cicatrizado con la misma feracidad que Angélica.
Me he
perdonado al escuchar a Nacho.
En el
arte, consigo reconciliarme con el pasado.
Vuelvo
a sonreír entre cajas contemplando a Mamá en el escenario.
Vuelvo
a ensayar con ella guiones.
Vuelvo
a ver por vigésimo quinta vez la misma función. Recogerla a la salida del
Teatro. Irnos a cenar.
Vuelvo
a ser arropada por Papá antes de dormir.
Vuelvo
a ser copilota de nuestros viajes nocturnos en coche. Vuelves a cantar “Ojos de
perdida”, vuelvo a cantar “Buena chica.”
Vuelvo
a pedirle que me de la mano porque tengo miedo.
El arte
es mi manera de reconocerme. De no olvidarme, aunque a veces lo intente.
He
jugado y a veces aún lo hago, cerca del abismo.
No he
sabido ser “guardián entre el centeno” de nadie y mucho menos de mi misma, pero
en veinticuatro años he descubierto que si nunca me he tirado del todo, es
porque siempre habrá un nuevo libro que leer.
Una
canción con la que llorar y otra con la que reír.
Y
sobretodo, un cine, o un teatro dónde resguardarme los días en que la soledad
escuece algo más de lo habitual.
Creo
que por eso escribo. Para vaciarme cuando me duelo.
Creo
que por eso estudio interpretación, porque la vida se me ha quedado pequeña a
veces.
Me enamoré
de la idea de poder vivir otras vidas diferentes, con historias distintas, con otros nombres, con
diversos finales… todo eso a través de una profesión como es la de ser actriz.
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