LA CUENTA CUENTOS.
"Al evocar tu voz y tu ternura
en hermoso paseo hacia el masluz'
me volcabas la fe de tu alma pura
para que un día creyera como tú." - Pablo Milanes
en hermoso paseo hacia el masluz'
me volcabas la fe de tu alma pura
para que un día creyera como tú." - Pablo Milanes
El “treinta y nueve” pronunció la suave
voz cargando su maleta morada y vestida de con esos pantaloncitos de colores.
Inmediatamente me levanté para ayudarla a
colocar su equipaje por si le faltaba fuerza para hacerlo.
Ingenua de mi, aquella mujer bajita con
algunos años de belleza y vida podía con muchas más cosas que una maleta. Que
fuerza tenía, y no, no hablo literalmente aunque también.
Me sonrío con su pelo blanco y tan
parecido a la nieve de tu canción Ismael, aunque sea Agosto y esta vez haya
dejado de nevar en algunos corazones.
Continúe con mi lectura. Al rato sacó un
bocadillo de jamón del bolso y cuál fue mi sorpresa cuando de manera dulce me pregunto si me
gustaría compartirlo.
Canina, cansada y demás adjetivos que
pueden aplicarse a una persona sin teléfono, sin cartera y sin dinero. Casi sin
identificación y montada en un tren que sale con dos horas de retraso, no pude
evitar decirle que sí con ganas de llorar por lo mucho que me apetecía llevarme
algo de comida a la boca y por lo agradecida que me sentía.
En cada mordisco del que puedo decir ha
sido el mejor bocata de jamón que he comido (Supongo que va a ser verdad eso de
que cuando hay hambre todo sabe a gloria) le daba una y mil veces las gracias y
la mujer sonreía. Dulce. Dulce.
Fuimos hablando hasta que le conté los
sucesos de la persona patosa que soy y las aventuras vividas hasta haberme
conseguido sentar en ese tren por fin.
Luego me contaste un cuento, el de aquel
chaval que volvía de fiesta empapándose en la lluvia de Madrid, y al que
invitaste a resguardarse bajo tu paraguas.
Y tú sabes por que es un cuento.
Me habría encantado que me contases
muchos más.
Seguimos leyendo.
A medida que nos aproximábamos a Madrid
interrumpiste con esa dulzura característica para ofrecerme el móvil y que
pudiese avisar a quién le interesase que estábamos llegando.
Todos queremos tener a quién nos espere
en la puerta de un aeropuerto, o a las puertas de lo que Joaquín hizo mítico
¿verdad Atocha.?
No sabía decirte más que gracias porque
como iba a explicarte el sentimiento de agradecimiento tan gigante. Las ganas
que tenía de abrazarte. Darte un beso en la mejilla por ser tan bonita. Porque
eres jodidamente bonita y espero que te lo digan todos los días.
Luego me quedé dormida. Y lograba
quedarme dormida después de muchas horas en estado de alarma, sintiéndome
desprotegida y asustada. Porque no hay nada como el miedo para hacernos sentir
frágiles y vulnerables.
Y pude dormir porque fue como sentir a
Nica a mi lado viajando en tren.
No he tenido la oportunidad de contarte
quién es Nica.
Es mi abuela y habría compartido su
bocadillo igual. Y habría ofrecido su teléfono igual. Y me habría contado
cuentos. Y es que yo siempre he amado los cuentos.
Por eso dormí. Porque me sentía
protegida. Porque ya no tenía miedo ni angustia.
Llegamos a Madrid a la una de la mañana.
Antes de que tu siguieras tu camino y yo el mío te dije:
“Aunque no tenga móvil, apunta mi
teléfono para cuando lo recupere por si alguna vez necesitas cualquier cosa”
Y sonriente. Y dulce. Dulce. Dulce contestaste:
“No es necesario hija, nos volveremos a
encontrar. Es lo maravilloso de la vida.”
Te tuve que abrazar antes de verte
marchar porque sí. Claro que sí.
Y porque Blanche Dubois tal vez era la
loca más hermosamente cuerda “Siempre dependiendo de la amabilidad de los
extraños” y ahora lo comprendo.
Cuatro horas de magia desde que
apareciste en el vagón.
Cuatro horas de magia y yo he tenido que
llegar a casa y escribirte para no dejarte pasar.
Cuatro horas de magia y si alguna vez me
lees, maravillosa extraña de pelo blanco, vuelvo sobre papel a repetirte:
Gracias infinitas veces.
Es efímeramente hermoso darse cuenta de
que la humanidad y los humanos aún no estamos del todo perdidos.
Es efímeramente hermoso toparse con tu
ternura, querida cuenta cuentos, en el vagón de tren que lleva a Atocha una
noche de verano.
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