CARTA NUMERO CUATRO




"A sabiendas de que nada puede cambiar, hasta el punto que doy por hecho el porqué" - NIKONE



 
Hoy ha sido un día de esos que no te gustarían. Nublado, oscuro y triste.
Aunque últimamente todos los días me parecen el mismo, me parecen tremendamente tristes y apagados.
Quiero volver a pasear contigo.
Me he sentado en un banco del Retiro junto al frío de Diciembre. Un Diciembre que marca en todos los días del calendario tu ausencia.
He comenzado a escribir en mi cuaderno otra carta más para ti.
Al principio, el dolor no me permitía juntar dos palabras si quiera y ahora, no puedo parar de escribir cartas sin remite.
Cartas porque no puedo parar de pensar en ti.
Cartas con las que intento calmar esta necesidad de hablar contigo.
Se me hace tan raro todo esto.
No tengo nada nuevo que contarte porque desde que no estás no sucede nada. No importa nada.
Y sin embargo, tengo la necesidad de contarte que hoy es día tres y sigo helada y herida sin ti.
Escribo porque mientras lo hago me siento más cerquita tuyo.
Ahora como un poco menos y bebo un poco más. No siempre, solo a veces.
No te enfades, pasará. Pero es que hay momentos en los que necesito dejar de cargar esta maleta de dolor que ha generado tu partida en mi vientre.
Intento, que por un espacio de tiempo, aunque sea breve, ignorar que si te llamo no vas a responder. Que si tengo miedo no vas a quitármelo con un beso.
Y es que tengo muchísimo miedo.
El otro día estuve en un concierto.
Pero no pude disfrutar como solía hacer. Tendríamos que haber ido a ese último concierto en el Café Berlín juntos.
Estuvimos a punto ¿te acuerdas?. Siempre nos gustaron las mismas cosas.
Menos el picante, eso no.
De lo único que me di cuenta cantando a pie de escenario fue de que iba a seguir bebiendo hasta perder el control y que lo iba a hacer precisamente para poder olvidar porqué quería perder el control.
Para poder olvidar que no podría contarte cuál había sido mi canción favorita, o que nunca estaremos juntos en un concierto de Sabina, ni de Springsteen.
De que nunca tantas cosas. Ya no.
Y luego llega el Domingo con una realidad aplastante y de nada sirve haber evitado la madrugada.
Te prometo que a veces tengo la sensación de estar viéndome desde fuera y no me reconozco. Ni reconozco mi vida, ni a las personas por las que estaba habitada, ni las sensaciones que esas personas producían, ni la emoción por nada ni nadie.
A medida que escribo de repente pienso que tampoco vas a leer esto y entonces me enfado y vuelvo a tener ganas de llorar porque además tampoco quiero que lo hagas porque sé que no te gustaría.
Y porque tendría que ser más valiente.
Y porque tú tenías que estar vivo.
Sobre todo, y únicamente por esto último.
Me queda grande papá. Todo esto se me está quedando grande.
No me resguardo en la cama compadeciéndome de mi misma, pero sí me encierro en el cuarto de baño para llorar una vez al día.

El Retiro resulta aciago y solitario. El estanque vacío y las hojas de los árboles cubren el suelo de color marrón.
Alguien toca el saxofón.  La música arropa el paisaje.
Resulta melancólico. También bonito. A ti te habría encantado la visión para escribir después un poema. Y a mi me habría encantado pasearlo contigo y pararnos a mirar al saxofonista y luego inventarnos una historia triste y romántica sobre su vida y su música.
Pero estoy sola, sobre un banco, y esta carta es para ti porque nada de lo anterior es ya posible.

Dentro de poco llegará la Navidad.
No para mi.
Yo me voy. Me voy a un lugar con sol. Donde la navidad no existe, al menos no como la recuerdo aquí, contigo.
Aún no sé como se supone que debo celebrar la entrada de un año que se inicia sin ti.
Aún no sé qué coño es lo que yo tengo que celebrar.
Pero en la próxima carta te lo contaré.
Allí, con vistas al Malecón se tiene que escribir de maravilla. Y yo, quiero que mis ojos sean los tuyos para que disfrutes del mar, del sol y de la vida.
De la vida.
Me tiembla el alma cada vez que escribo la palabra vida y tú. Y tú.

Al llegar la noche estuve viendo un documental sobre Gaza.
Había imágenes terroríficas, minutos cargados de pena como esta que tengo clavada tan dentro.
Habríamos emprendido alguna de esas conversaciones sobre el mundo y luego me habría acurrucado a tu lado como muestra de lo afortunada que soy por no estar ahí. Por que las injusticias solo parecen ocurrir al otro lado del charco.
Pero esta vez no es así. Esta vez, no estás.
Ahora yo también me siento identificada con la angustia y con la injusticia.
Quizás, en otro grado y en otra dimensión.
Soy consciente de que mi casa, mi techo y mi hogar no están siendo bombardeados.
Pero es que con una bomba llamada cáncer a mi me han graneado al apartarte de mi.
Me han inmolado la ilusión y el amor con tu perdida.
Después, intentando ocupar la cabeza, que es básicamente en lo que consisten mis días, en luchar constantemente contra el titán de las ideas y el gigante de los recuerdos; puse otro documental: La vida de Camarón.
Y también volviste. Porque recordé nuestras tardes con los Chunguitos, tu manera de subir la ceja derecha al entonar un “me quedo contigo”, los duetos en los que nunca importó que yo no supiese poner una nota en su sitio y tu acabases desternillado de la risa con mis intentos.
Y resulta que Camarón te encantaba y resulta que se me rompió el corazón otro cachito.
“Na, na, na es eterno”  pero tú sí tenías que serlo a mi vera por mucho más tiempo.
Cuando se le rompe la voz yo también lo hago en este sofá de casa y cuando el cáncer irrumpe en su vida yo recuerdo el tuyo y la noche me fagocita haciéndose demasiado larga mientras tiemblo por lo mucho que te echo de menos.
Lloro en una cama vacía desde que solo la ocupan las buenas noches que te lanzo, la retahíla de deseos como que me mandes alguna señal para que tal y como decías en tu carta sea posible eso de seguir a mi lado aunque yo no te vea.
Y joder, no ocurre nada excepto que apareces y re apareces en mis sueños dónde la vida nos brinda una segunda oportunidad y estás conmigo de nuevo.
Mi mente tiene tu imagen capturada de forma tan nítida que casi pareces real y me despierto abruptamente pensando que voy a poder tocarte.
Eso. Eso, es una injusticia.
Darme cuenta después de que en la habitación oscura a las tres de la mañana Madrid sigue igual de vacía, silenciosa y dormida; y yo, sigo sin ti en este cuarto que ya no parece mío, en una vida que tampoco.

¿Sabes a lo que le doy muchas vueltas? Adivina Calvito, venga, sí. Exacto. Ya sé que lo sabías.
Pues justo a esa parte de la peli, esa en la que Simba vuelve a ver a Mufasa como reflejo en el agua y éste le recrimina haberle olvidado, porque en el momento en que olvida quién es, lo ha olvidado a él.
Quiero que sepas que a pesar de las dosis tan, casi, inaguantables de dolor, tú rodeas y envuelves cada uno de mis días. Siempre lo hiciste.
Hay momentos en los que no enfrento esta realidad que aún me cuesta asumir de la manera más digna o madura.
Pero hay otros momentos, y te prometo que son la mayoría, en los que planto un par de ovarios a la soledad, a la angustia y a las horas que pasan y pasan y siguen pasando, que ni yo misma sabía que tenía.
(Ya, ya lo sé, sé que me vas a decir eso de que yo soy mucho más valiente de lo que creo. shhh, no me lo repitas y sigue leyendo anda.)

Por eso te digo que no me voy a dar la espalda papá.
No voy a olvidar quién soy, porque soy tus lecciones, tu ojos contemplando el mundo, tu pasión y sé que puedo ser tu fuerza.
No te preocupes ¿vale? Porque encontraré la manera y la encontraremos juntos.
Saldremos de está aunque no sea de la mano, o quizás será más de la mano que nunca.
Pero necesito tiempo y ahora mismo el tiempo es muy relativo, lento y extremadamente doliente.
Aún así, “sin miedo y a por todas” como siempre dijimos, como siempre brindamos.

La segunda estrella a la derecha hay días que me parece demasiado lejana, pero nunca, nunca, nunca, la pierdo de vista.
Nos vemos en la siguiente carta, Boss.

Tu enanilla, que se ha hecho mayor de golpe y porrazo, pero que no deja de ser tu enana, eso siempre.

Te quiero.

Comentarios

  1. Yo aquí tendría que escribir algo pero no tengo palabras, solo puedo ofrecerme a ti.
    " agárrate fuerte a mí, Lucía
    Agárrate fuerte a mí..."

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    1. El comentario más maravilloso y bonito que han dejado por este blog, jamás.
      Me agarro, me agarro seguro.

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