UNA NOCHE, DESPUÉS DE UN CONCIERTO.









 "Igual que quemaduras debajo de los dedos, en un segundo plano
seguiremos presentes y esperando ese momento exacto del náufrago en la orilla,
cuando al salir del mar
me escribas en la arena:
<< Sé que el amor existe,
pero no sé dónde lo aprendí>>" 
- Luis G. Montero.


Entre tu sombra y la mía han pasado ciento cinco despedidas.


Ayer, reunidos a la salida de un concierto, como tantas otras noches, dijo:

-“ El amor no correspondido es el dolor más sano.”

Y todos se miraron.
Y todos pensaron en alguien.
Argumentó que las noches durmiendo en calles más cálidas que su casa desvaneciéndose entre gritos y llantos, que los viajes dando la vuelta al mundo para podar las raíces de todo lo que alguna vez fue hogar, habrían herido en exceso si no tuviese otro dolor, más liviano en el que pensar.

¿Resguardarse del sufrimiento a través de otro? Pensé.
Le escuche atenta porque nadie antes había dibujado con curvas finitas la pena y mucho menos la de amar sin ser amado de vuelta.

Gritos de niños perdidos, tsunamis desahuciando vidas por antojo de mareas, camillas de hospital donde hay un cara a cara con la muerte, bombas taladrando vientres y abortando vidas, violaciones hasta el fondo – de la dignidad humana, violencia de genero cuestionando cual es el nuestro si somos capaces de tanta masacre.
Todo eso escuche de repente.
Y luego, sin tener que irme muy lejos también hubo ruido de divorcios dolientes, ruido de papa siendo el eterno Peter pan, ruido de condena a pedirte perdón constantemente por no decir adiós, ruido de familias sin cena, ni comida, ni merienda.
Ruido de “setenta y dos años muere solo en el salón de casa”, ruido de drogas de diseño, ruido de quemado vivo y mendigo.

Y era tanto el ruido que nunca lo había comparado con el que hacía yo, llorando por ti, por él, por otro.
Y fue entonces cuando me recordé mujer y no niña, con todos  los errores cometidos - que son muchos - y todos míos más que siempre y menos que nunca los quiero olvidar.
Porque están cosidos a cada centímetro que he crecido desde entonces.
Porque me fui lejos y lloré la distancia; pero aprender a convivir conmigo a fuerza de kilómetros separada de lo que una vez conocí, es quizá, lo más importante que me he regalado.
Y junto a ellas, sus melenas al viento y chupas vaqueras, escuchándole sin un ápice de vergüenza reconocerse tocado y hundido, como alguna vez todos; comprendí:
Que me concedo el derecho de haber querido incluso cuando no me quedaban fuerzas para hacerlo conmigo.
Haberme ahogado en brazos que solo fueron soga, porqué tuve otros que fueron la calma más bonita a la que le comí la boca después de la tormenta.

Comprendí que tiene razón.
Que coño importa amar y no serlo de vuelta si voy a seguir calándome los huesos cuando llueve, besando causas perdidas, esperando que vuelvan a mirarme tus ojos verdes, quedándome sin voz en los conciertos y peleas de una noche.
Viva en Blanco y Negro con Marlon Brando por si me pide un “Último tango en parís”.
Sin miedo a “Todo lo que el viento se llevó”.
Desvistiendo su cazadora rebelde porque James Dean siempre lo fue sin causa y llorando porque Blanche Dubois se de cuenta que “Un tranvía llamado deseo” descarrila siempre.
No voy a volverme gata mansa a estas Alturas cuando Maggie maullaba sobre los tejados de Zinc Caliente y si me enzarzo nunca dejará de ser con ganas y por las ganas.

Y dije: “Repítelo. Una vez más.”
-       “El amor no correspondido es el dolor más sano.”

Y ahora ya lo entiendo.
Y ahora que me recupero de una enfermedad muy larga.
Y ahora que empiezo por recuperarme a mí para poder hacerlo conmigo.
Ya entiendo que el ruido derramado por mis ojos era ínfimo comparado con el grito ensordecedor del mundo que ni siquiera notamos.
Y ahora, el amor no correspondido es solo amor.
Y lo demás, son los tacones que ya no me pongo porque me gusta perder el equilibrio sin ellos.

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