YA TE ENTIENDO EN NUEVA YORK, POETA.













He agarrado la vida muy fuerte sentada en un banco con vistas a un mar.
Porque así es Nueva York, infinita.
Escuchaba el silencio y a veces los pájaros. Creo que han pasado muchas taras desde que estuve sola conmigo por ultima vez.
Me he quedado quieta, mirando con un boli y varios folios en blanco entre las piernas.
Pensé en todo y en nada, porque muchas de las cosas que un día fueron todo hoy se habían convertido en nada, personas que también.
Esta ciudad tan caótica y veloz me ha refugiado en un día de verano con todos los gigantes que tiene como edificios, rascando cosquillas al cielo, y me he visto paz, casi olvidando que la mitad del tiempo soy estado de guerra.
Entonces me he reconocido aquí.
Te he visto los ojos Nueva York. Ahora comprendo tu nombre y no eres tan diferente a mí.
Entre todo tu caos, solo hay que averiguar cuál es la dirección por la que se encuentran tus silencios y saber reposar en ellos.
Necesitaba hacer solida la tierra que camino, porque llevo mucho tiempo perdida en las mareas que genera mi pelo enredado en recuerdos de todo lo que alguna vez dolió.
Lejos de los que una vez conocí, de los que me esperan en casa y de los que ya no esperamos, lejos, he dado conmigo.
Y es que con tanto ruido se me había olvidado como sueno.
A pesar de las tuercas flojas y la música triste, tengo una sonrisa preciosa cuando no me mira nadie, creo que voy a conservarla.
He acariciado estas manos y recuperado la fe en mi humanidad.
Porque la niña que tanto ha sangrado, ahora tiene una capacidad de coagulación atroz si vuelves a pegarla.
No tengo edad para pedirte que me sostengas en brazos, como tantas veces solía necesitar que lo hiciese papa.
Pero, resulta que puedo conmigo misma: veinte gramos el alma. Cuarenta kilos o veces muerta y diez más de esperanza de vida.
No me da miedo enfrentarme a quién soy, pero sí el no averiguarlo nunca.
Sin embargo, hoy he visto el atardecer, las luces flotar, la luna emerger y todo seguir – en pie.
El mundo no se ha desmoronado y mañana, quién sabe.
Pero he respirado las voces que un día me hicieron llorar y firmado una tregua con el corazón consiguiendo que la cabeza me perdone.
No tengo derecho a pedir más de ese banco, con vistas al mar.

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