ME PODRAN ROBAR TUS DÍAS, TUS NOCHES NO.




"Con su todo es ahora, con su nada es eterno,
con su rap y su chotis, con su okupa y su skin,
aunque muera el verano y tenga prisa el invierno,
la primavera sabe que la espero en Madrid." - Joaquín Sabina.








 

Era una calle larga, llena de luces y gloria.
También, se hacía pequeña, mucho asfalto. Triste, iba acumulando tráfico.
A veces, era la zona de bares más transitada.
Pleno centro, música en directo, poesía improvisada, campeones en el arte de trasnochar, chupitos en cadena.
Otras, los barrios desolados, las afueras, el frío de todas las chabolas, los ojos de quien no encuentra al camello, los brazos agujereados por caballo.
Cuando reía de mi mano, se convertía en Cibeles celebrando una victoria, Neptuno vestida de rojo y blanco, las vistas del Templo de Debod mientras atardece.
Cuando lloraba, era Diciembre. El Reina Sofía cerrado. Atocha sin luz.
Me decía “Te quiero” sin esperar nada a cambio, ni siquiera un “Yo también” y la observaba Plaza Mayor en Navidad, Fachada de Lavapiés inundado de color, librería “Ocho y medio” puesta hasta arriba - de cine.
Empezar una conversación con ella era un símil del vermú a las dos de la tarde y el sol de cara, que acaba siendo Ron de Caña a las diez para los valientes de La Latina.
Pelearnos, un After en Argüelles que nunca cierra.
Soy consciente de que al besarme hubiese sido imposible no sentirla Gran Vía, o como a ella le gustaba más: “El Broadway Madrileño”.
Su melena era Alcalá. Longitud infinita y nudos.
Toda mujer complicada se enreda a partes iguales con las ideas.
Chamberí el Domingo que me pedía museo.
Tirso de Molina si subía el volumen de Joaquín en el coche.
La calle Loreto y Chicote los Sábados de Teatro.
Su abrazo, las veces que yo no era yo, o tal vez, era más yo que nunca.
Esas, cuando el mundo te pesa más de la cuenta, eran los árboles del Paseo De Recoletos refugiándome del dolor.
La Calle Espíritu Santo en las horas donde subía la ceja, liberaba a la pantera y nos íbamos directos a toda su Mala – Saña, que guardaba dentro y era mucha.
Nos reconciliamos en París, pero ella.
Ella, siempre me pidió volver a Madrid.
Hoy, que somos perfectos desconocidos.
Hoy, que brindamos como extraños y no con ellos.
Hoy, que si me cruzase con ella no sabría encontrar su mirada.
Hoy, convencido de dormir junto a otras felinas.
Reconoceré, que ella era la gata más perdida de ciudad.
Que ella fue, es y será,
Gata.
Ciudad.
Claroscuro.
Indomable.
Caótica.
Y, siempre,
Madrid.


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