VIVIR ES IR DOBLANDO LAS BANDERAS





(...)
El poema 
no nace del esfuerzo de hablar solo,
es la necesidad de estarle hablando
a una silla vacía.

                          - L.García Montero
 
 


“Algún día cuando pase la tormenta”
Acabo de releer esa frase de uno de los poemas que te escribí cuando aún estabas.
Cuando aún podía leerte.
Que ingenua y que necesitada de esperanza.
La tormenta pasó, sí. Y te llevó con ella.
Nos arrasó en aquella habitación aquel Noviembre y es Junio y no puedo parar de llorar.
Claro que hay días que estoy mejor. Pero es que mejor parece que nunca volverá a ser bien del todo. Ni feliz.
Feliz sin ti existiendo me parece una utopía.
Soy como un túnel muy largo y muy oscuro construido en cristal.
Un cristal súper punzante que al resquebrajarse pincha y hace mucha, mucha sangre.
Esa es la mejor descripción que puedo darte de cómo estoy por dentro.
No puedo resignarme a esto.
Te confundo a veces. Lo hago aposta, creo, porque conozco perfectamente las dimensiones de tu espalda, el color marrón y verde de tus ojos, la belleza de tus manos y tu olor.
Pero si me equivoco y me parece verte por la calle a lo lejos, no sé, es una oportunidad para correr y abrazarte y gritar

-       Papá aquí estoy. Papá abrázame.

Y quizás, me cogerías en brazos y me fagocitarías a besos como tú decías, y sobre todas las cosas escucharía tu voz una puñetera vez más y aún por encima de eso volvería a saber como sonaba un te quiero tuyo.

Pero no eres tú.
Porque tú existías y ahora eres un tiempo imperfecto y nada físico y me destruyo entera cada vez que pongo esto en papel, como si un taladro me recorriese las sienes y expulsase serrín por la boca cuando chillo papá.
Cuando lloro papá.
Cuando necesito papá.
Pero lo escribo y lo re escribo y me pulverizo con ello porque creo que si no me volveré loca.
Loca de dolor, porque este dolor es infame. Duele tanto que es infame.
Loca de rabia. Porque este agujero en el ventrículo derecho y el izquierdo y hasta en el cerebral cuando recuerdo las bolsas de sangre colgando en la pared y tú sacando fuerza de no sé donde cojones para contarle chistes a la enfermera y sonreírnos a nosotros.  Pues este agujero me produce rabia y odio y más rabia.
Loca de necesidad. Porque sin ti todo esto no merece la pena.
O quizás sí, pero solo merece eso, la puta pena. La pena. La pena.

Llevo todo el día llorando y mis lagrimas se resumen en cuatrocientas dieciséis palabras.

Cuanta absurdidad.
Que absurdo resulta todo desde que no estás.

 

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