PALOMA NEGRA DE LOS EXCESOS.
Mestiza ardiente de lengua libre
gata valiente de piel de tigre
con voz de rayo de luna llena
Hoy me he ido a casa de Nica.
La echo tanto de menos siempre. No vive
lejos, pero lo suficiente para alguien que no tiene coche.
Y ya no me aguantaba las ganas de
estrujarla y sostener su carita que con los años parece más pequeñita entre mis
manos.
Después de comer, como si fuese ya un
ritual y en parte lo es, se ha sentado en la butaca del abuelo y yo en el
suelo, a sus pies.
Reposo los brazos sobre sus rodillas y
hablamos.
Porque Nica y yo siempre hablamos de
todo.
Y lo que me sigue alucinando, por lo que
me siento la persona más afortunada del mundo es porque con todo lo que
nosotras hemos vivido, con todo lo que hemos compartido, con todo lo que he
llorado en esas mismas rodillas que me sostienen incondicionalmente durante los
años, aún es capaz de sorprenderme.
Aún vuelvo a casa con la necesidad de
meterme aquí, en mi diario virtual y dejar por escrito sus palabras.
Porque tengo la necesidad de plasmar la
manera de mirar a la humanidad que tiene mi abuela.
Siento que de ese modo, el día que vuele
lejos (y apenas puedo poner eso por escrito porque mi cuerpo no podría soportar
otra perdida, todavía no) al menos cuando lea todas las maravillas que me
enseñó la tendré de nuevo cerca.
Las personas nunca se van si no las
olvidamos. Eso es así.
Hemos hablado del abuelo. Ese tema es
recurrente y necesario porque fue el amor de su vida.
Perdón, porque es el amor de su vida.
Y porque sé lo muchísimo que le extraña.
Me ha contado que ella como enfermera
comprendió desde muy joven el mundo como un lugar dónde el dolor estaba
presente. Las despedidas también.
Sufría tanto cuando no conseguía salvar a
un paciente. Yo creo que por eso empeño su vida en ayudar al resto.
Esa es una de las características de
Nica, creo que se ha pasado la vida salvando a los demás.
Y entonces, la perla. Esas perlas que una
mujer de noventa y dos años expulsa como si fuesen caramelos regalados y que a
una mujer de veinticinco años le golpean por todos lados del cuerpo hasta
sentirse casi en la obligación de citarla por escrito.
Porque esas perlas no deberían perderse
nunca.
Yo conocí el
mundo cuando conocí a tu abuelo.
¿Y sabéis porqué? Porque hasta entonces,
en aquél hospital, lo más cercano eran las heridas. Las curas que a veces, no
funcionaban. La parte oscura de esta realidad que yo he conocido demasiado
pronto: La muerte va estrictamente ligada a la vida.
Y cuando mi abuelo apareció, un mundo de
esperanza y de sensaciones se mostró ante ella como si nunca antes hubiese
existido.
Como dice, tuvo otros pretendientes pero fue con él con quién
se abrió en su pecho un abanico de posibilidades en los que la vida le
presentaba un futuro.
De repente comprendió lo que era la risa,
perderse de la mano, jugar codo a codo con la felicidad como si eso por fin
existiese, como si por fin estuviese al alcance de un cruce de miradas.
A veces se repite, claro. Pero nunca me
canso, sobre todo de la parte en la que cuenta como después de un año yendo a
pasear juntos. Compartiendo secretos, hablando mucho, porque hablaban mucho, el
se paro frente a ella y le dijo:
Sandra, me gustaría que fueses mi novia.
A lo que ella respondió con un silencio
helador que asustó a mi abuelo terriblemente.
Entonces después de lo que probablemente
debieron de ser los cinco minutos de silencio más largos del mundo para él ella
contesto con la sinceridad y la espontaneidad que la caracterizan:
Ay Marcelo pues no sé que decir. ¡Es que yo pensaba
que ya lo éramos!
Supongo que podéis comprender porque es
imposible que me cansé de algo tan dulce y tan tierno.
Hablar del abuelo ha hecho que yo
volviese a hablar de un tema del que llevo tiempo sin hablar con nadie. De ti
papá.
Le he dicho que te echo tanto de menos
que no puedo ver fotos tuyas o videos, al menos no muchos, no seguidos, no
constantemente.
Casi no puedo ni oír tu voz. Y
definitivamente mucho menos si estoy sola.
Te echo tanto de menos que a veces me
gustaría haberme cambiado por ti.
O simplemente, haberme ido contigo.
Y le he preguntado si el dolor cesa. Si alguna vez se va.
-
Ay cariño, al final se coloca, te lo prometo - Ha respondido.
Y Nica es la
única persona en este mundo insensato y doliente que nunca jamás ha fallado a
su promesa.
Para hacerme
reír un poco, me ha estado contando anécdotas de Santa Teresa.
Luego nos hemos
desternillado juntas cuando entre una y otra de las historias (las cuales me he
guardado porque eran maravillosas) me acaricia el pelo y me dice:
Cualquiera que nos vea a ti y a mi hablando de
santas…
Me he
desternillado. Repito esta palabra porque me recuerda a ti Papá.
Tú siempre
llevaste el humor por bandera y yo odio no haberme aprendido tus chistes porque
tengo miedo de no mantener tu recuerdo como merece.
Porque me
gustaría haberme memorizado todo de ti como si eso pudiese hacer que te notase
aquí conmigo. Ya ves tú cuántas tonterías digo. Es tu culpa, porque no tendrías
que haber sido tú quién me enseñase lo que realmente era echar de menos joder.
Echar de menos hasta partirse en dos.
Pero bueno,
otra vez por las ramas.
Lo importante
ha sido escuchar a Nica con sus preciosas primaveras que se traducen en las
arrugas más bonitas que he visto nunca haciendo una broma picarona y juguetona.
¿Cómo se puede
querer tanto a un ser humano?
Cada vez que la
miro, ahora más bajita, encogida y caminando tan despacito.
Cieguita de un
ojo que se le ha hecho pequeñito y le ha causado tantos disgustos.
Cada vez que le
pido que me pele un melocotón aunque no me guste la fruta porque veo la ilusión
que le hace sentirse útil, mirarme mientras le digo “Esto solo me sabe rico porque me lo has preparado tú”.
Cada vez que la
abrazo y se me hace una bolita frágil enroscada a mi cuerpo.
Cada vez que la
siento de cristal y tengo miedo de que se rompa.
Cada vez que
pasa algo de eso, siento que se me para el corazón por un segundo y entonces
brota por dentro un remolino que podría arrasar con todo en esta vida y es
amor.
Nica es y será
siempre la mujer de mi vida. También la que me insufla de esa vida cuando a mi
me duele de más.
Y ahora que el
mundo es un lugar que tu no habitas papá, ahora que me he quedado muda porque
estoy en ese momento dónde no puedo hurgar la herida de que no estás porque me
siento desvanecer, llega ella, me mira y vuelvo a reconciliarme con seguir
aquí.
Después he
tenido una especie de reunión. Supongo que podría llamarse así.
Creo que voy a
embarcarme en otro proyecto más.
Una personita
me ha citado a pedirme que llevemos a escena mi libro.
Que de esos
texto saquemos material para un escenario.
Y claro, la
palabra teatro es impulso para mi.
Porque es
magia. Porque es dónde quiero pasar el resto de mis días.
Por otro lado y
no menos importante, porque ha sido conmovedor escuchar desde la perspectiva de
otra persona que mis poemas eran desgarradores desde la belleza que se le pueda
otorgar a esa palabra.
Me ha dicho que
el libro es anhelo. Y nadie a día de
hoy había descrito mejor la sinopsis de aquél “Aunque tú no lo sepas”.
Incluso para mi
que llevaba tanto sin pensar en él. Sin
pensar en la Lucía que alguna vez pario todos y cada uno de esos poemas ha sido
emocionante.
Definitivamente
todo lo que se concentra en esas páginas era el anhelo.
Siempre que una
palabra me parece extremadamente bonita lo comento.
Como con
vulnerable (para quién me lea por primera vez).
Pues anhelo es
otra de ellas.
Igual algún día
hago un diccionario de palabras.
Pero solo de
ese tipo de palabras. De las que te paras a leer porque hablan de sensaciones
etéreas que ojalá se pudiesen capturar.
Al volver a
casa, he llevado a cabo mi ritual de madrugada.
Sentarme solita
en el banco frente a mi portal.
Por la noche
cuando ya es tarde no hay nadie en la calle. Las farolas están iluminadas y
pasan algunos coches.
Se oye la
madrugada de Madrid.
Me he puesto a
Quique y he fumado un cigarro.
Como siempre he
buscado de reojo encontrar tu coche en la carretera parando en la acera de casa
y entonces tu gritas:
Venga enanilla, sube al
coche.
Anhelar un imposible
es definitivamente la causa más demoledora.
La impotencia
convertida en verbo. En acción. En dolor.
Sabes papi, mi
estado de Whatsapp lleva ya muchos meses siendo una canción que se llama “Miss
camiseta mojada”.
Esta nunca la
cantamos juntos.
Y dice así:
Tiembla como si fuera la
primera vez,
Como si fueras a largarte
después,
Y no quisieras.
Reina en las ciudades sin
nombre,
En autopistas
hambrientas,
Mantiene en vilo el dolor
…
Pues eso Papá.
Pero hoy no estoy
triste, quizás melancólica pero no triste.
Es esta
estúpida manía mía por echar de menos muchas cosas a la vez.
Joder, otra
mentira.
Yo nunca he
sabido echar de menos cosas. Creo que
ese es el problema.
Que cuando echo
de menos, solo sé hacerlo con personas
y emociones.
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