EL ROCKNROLL DE LOS IDIOTAS
Yo no venía de ningún país,
tú ibas camino de cualquier lugar,
conmigo no contaba el porvenir
de ti no se acordaba el verbo "amar"
Ayer comenté que tal vez me volvería a atrever a subir algunos textos.
Porque nunca dejé de escribir. Actualmente por muchos motivos de trabajo, por proyectos que se van cocinando, por la profesión en general, puede que más.
En parte supongo que convertí esto en un diario virtual porque me sequé después de ti Papá.
Porque nada ocupa tanto. Porque el dolor ya no puede desligarse de lo que nos ha ocurrido.
Desde hace tiempo nadie consigue inspirarme para dedicarle versos, o al menos no tanto como antiguamente sucedía. El día a día me incitaba a escribir.
Pero conservo y acumulo textos, que no forman parte del segundo libro que estoy preparando y que guardé y guardo porque bah.
Textos que surgen de fotos, canciones, películas o versos. Textos que surgen de cosas más que de personas.
El de hoy sucedió por una foto y un documental.
Se me ocurrió un título que decía algo así como Algún día en el Chelsea Hotel.
Y realmente algún día le haré una historia a esas habitaciones. Y esta entrada llevará la canción procedente: "Chelsea Hotel".
De momento este lo he tenido guardado como casi todos los demás.
Pero creo que volveré a alternar historias de mi día a día a modo de diario con historias inventadas que nunca dejé de plasmar en papel.
Al fin y al cabo, no he dejado de ser la niña que fantasea personajes y conversaciones que nunca sucedieron para crear en papel historias que a mi misma me hubiese gustado vivir.
Molaría tener una charla con todos ellos. Porque cuando escribo, les imagino y les pongo tono de voz, movimiento, color... les siento vivos en la medida en que mi lápiz esta vivo.
Asique nada, esta introducción era solo para contaros que aunque ya no escribo desde primera persona o sobre sensaciones que yo misma experimentaba, no dejan de ser reales y sinceros en la medida en que yo decido darles voz.
Por aquí iré dejando cositas guardadas en el cajón.
Hay un lugar en el tiempo donde lindan tu
brecha y la mía.
Efecto honda expansiva de tu azotea en
las alturas y mi ventana con vistas al centro.
Yo, habitación desordenada de zapatos
colocados a trompicones recordando los pasos que un día di. Las calles que
caminé. Las aceras dónde besé.
Un armario con montones de ropa apilada
sin consenso ni sentido.
Un graffiti
en mitad de la pared junto a la chupa de cuero negra.
El tocadiscos antiguo con un vinilo
repetido que canta algo así como
Esta es la canción más triste niñita de ojos negros
pero tu sigue
gritando fuerte como si el dolor fuese mentira.
Yo. Las estanterías vestidas de libros.
Enfundada en unos versos rotos de campana
con botas altas de suela tendría que
haber bailado en Woodstock y camisetas anchas para notar los abrazos y
deslizarme por las despedidas.
Con las treznas de Patti, la melancolía de Janis,
los vicios de Sedgwick, la boca de Reed pidiendo constantemente un beso on the wild side.
Y desde la ventana con vistas al centro
crucé miradas con tus alturas de vértigo.
Volabas por esa azotea y visitabas los
tejados porque te sentías gato pero no me contaste que te gustaba ser
callejero.
Me abrochaste cinturón de seguridad a mi.
A mi, que cuando venían curvas me excitaba acelerar.
A mi, fascinada con tu vuelo si tan solo
me hubieses dejado compartirlo.
Me asomé de frente por tus ojos a
observar otra habitación mucho más desordenada que la mía.
Tardé tiempo en darme cuenta de que yo
nunca era capaz de encontrar nada en mi caos pero tu desorden estaba
perfectamente estudiado.
En el fondo tú, siempre supiste dónde
estaban los dibujos, la armónica de nanas tristes para las chicas tristes, las
letras para otras, los cantares de gesta para mujeres felices. El puzzle de tu
pared. Los pitillos cansados de darte golpes por vicio. Los botines de Jimmy siempre jugando a suicidarse. Las
manos de kurt que pocas veces me
acariciaron bien. Y mira que lo pedí. Solo pedí eso; que lo hicieses bien;
cuidarme.
Tus cajones con pasado entre camisas cada
dos por tres. Los armarios con cambios de humor constantes y bruscos.
Las sábanas manchadas de promesas que
nunca pretendías cumplir.
Éramos habitaciones diferentes.
Desde fuera siempre se nos vio. el miedo.
Desde dentro el pilla pilla y los
despistes.
Ven
a casa a follar conmigo y beber cerveza era lo
que te hubiese escrito para decir te
quiero por las tardes.
Te
voy a leer un poema era lo que te hubiese dicho
para pedirte hazme el amor.
Bésame es lo que te habría pedido para dejar de llorar.
Ven
aquí la manera de sostenerte cuando cayeses.
Y tu azotea se me acabo quedando grande
porque nunca dejaba de trepar.
Y mi ventana con vistas al centro se
cerró para ti y se abrió para otros.
Y en esta inmensidad de habitaciones y
personas confundidas averigüe que desde fuera siempre se nos vio. Y fue desde
dentro donde te hiciste el ciego.
Y echarás de menos mi cuartito de
rockera. Mi cuartito de poeta. Mi cuartito de niña.
Pero nunca, nunca lo dirás.
Y yo, nunca, nunca podré creer en
nosotros con la pureza con la que una vez lo hice.
Con champú de arena
para tu melena
de muñeca rota.
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