MÁS ASTILLAS.
Tengo que pensar bien qué es lo que siento.
Hoy he soñado que me iba sola a Valencia. Bueno, sola no. Me iba con mi madre.
Y me teñía el pelo de naranja. Era un naranja bonito. Como el de Julia Robberts. No sé porqué en mis sueños he hecho esa asociación. Aparecía ella sonriendo. Lo de que sonriese es importante. Y yo tenía su pelo.
Allí Mamá me ayudaba con cosas. La compra. Asentar la casita. Me daba seguridad. Delegar el peso o más bien compartir las preocupaciones ayuda. Y mamá hacía eso.
Luego me compraba un perrito blanco y bebé. Y yo le abrazaba muy fuerte y cuando por fin le tenía en mis brazos le susurraba cerca de las orejitas: “ya estás conmigo. Te voy a querer siempre. Te lo prometo.”
Luego me he despertado y seguía en Madrid. Nada de todo eso había pasado.
He limpiado un poco – muy poco- la casa por encima. He hecho el desayuno para J y he calculado las horas que habían pasado para su medicación.
Luego le he escondido los porros. Y he escondido la ansiedad que me produce que fume y la tristeza de que le de absolutamente igual lo que yo pueda angustiarme cuando lo hace.
También le he escuchado hablar con su familia. Cómo le preguntan que tal está y cómo me mantiene al margen de todo.
Deben de pensar que yo estoy de adorno. No? yo lo pensaría.
Yo lo pensaría si supiese que mi hijo vive con alguien y nunca habla de esa persona.
Nunca cuenta cuánto se ha encargado de sus medicinas. De hacer cajas. De sus entrevistas de trabajo. De acomodarle el sofá. De prepararle la comida. De contarle que no pasa nada si quiere traer a su perro – un perro que solo se siente suyo porque tampoco ayuda en nada a que se acerque a mi. O pueda pasearle. O pueda acostumbrarse a mi. – su perro sí. Les habla de su perro y jamás dice: Tal vez Lucía podría pasearle.
He escuchado a J hablar con su familia y mantenerme completamente al margen.
Y he pensado en como mi madre me preguntaba por él. Mi tío. Mis amigas.
Mi entorno sabe de él. Su entorno solo sabe que vive con alguien y desde luego, deben de pensar también que yo no le ayudo con nada.
Me he ido a dar un paseo y desayunar. Estoy agotada.
Pero al volver, todavía he tenido que escuchar como su mejor amigo preguntaba cuando me iba de casa para venir él.
Ojalá pudiese hablar con alguien. Llorar sin ser juzgada. Preguntar; es acaso tan descabellado que sienta que las cosas así no son.
Cuando dos personas están juntas, se hacen partícipes de la vida del otro.
Me siento al margen de todo lo suyo y me siento mal. Y estoy convencida de que así no debería ser porque igual que hacen los niños, igual que hacemos todos los seres humanos, aprendemos observando nuestro entorno.
Y yo, no veo que mi entorno “esconda” a sus parejas. A las personas que quieren y que les demuestran todos los días que les quieren de vuelta.
Se me quitan las ganas de esforzarme. Se me quitan las ganas de seguir queriendo.
Yo soy vital sabes? Soy súper feliz casi siempre. Y soy inteligente. Lo suficiente para no mentirme.
Y tal vez no hay culpables pero hay dos formas de entender el amor demasiado distintas para que esto funcione.
Su forma de entender el amor – si es que siente algo parecido a eso por mi. Cosa que cada vez dudo más – me desgasta a mi.
Siento que soy algo que mantiene en este cubículo de treinta metros cuadrados.
Nuestra vida es nuestra de puertas para dentro.
Pero nunca he escuchado: “Vente con mis amigos.” “Invitamos a K a cenar y estamos aquí los tres?” “Tranquilos padres, Lucía me está cuidando bien.”…
Yo no aparezco en nada de su vida. En absolutamente nada. Ni si quiera soy alguien para su perro. Ya ves tú, ni para el perro.
Y no deja de resonar en mi cabeza una frase que me dijo mi madre. Escucha los actos hija. Y sobretodo, no culpes a los demás. Es él quién no te menciona. Es él quién no te hace partícipe.
Creo. De verdad creo, que lo que más triste me pone es pensar que tenemos formas tan diferentes de querer. Y que eso caerá por su propio peso.
Porque, cuando me bajo sola a la calle y respiro. Cuando subo el volumen de la música y miro a un punto fijo en la pared. Cuando estoy sola conmigo misma dentro de mi cabecita, siempre, siempre, absolutamente siempre confirmo lo mismo:
Yo quiero a alguien que me mire con orgullo. Que entrelace sus manos a las mías con orgullo. Que todas las mañanas al despertarse piense que tenerme cerca es una fortuna.
Porque yo, cuando quiero, hago eso de vuelta.
Y cuando se quiere así es casi inconcebible que te tengan escondida.
Que les moleste que subas fotos juntos a las redes.
Que nunca te mencione frente a su familia.
Que su perro sea suyo y de nadie más o si te descuidas de su ex.
Que sus amigos pregunten cuando me voy yo de casa para poder venir.
Que él acepte y sea participe de todo eso.
Y al final, uno sale herido y cojo. Y yo, no quiero estar herida ni coja. No quiero.
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