A TI, PAPÁ.
"Si tenía miedo siempre me llamaba
le contaba cuentos para ir a la cama
cuando la comía ella se dejaba
aprendimos juntos el abecedario
y no se soltaba nunca de mi mano
de la escuela a casa íbamos despacio
mientras ella hablaba con legua de trapo" - Víctor Manuel
“Los
gorriones saben mucho de los seres humanos, distinguen cuando no hay peligro en
una persona.”
Me
explica mientras se le quiebra la voz, que es la única forma de llorar que
conoce.
Me ha
leído desde pequeña.
Me
regala libros, me alimenta de poesía, me regala versos escritos con mi nombre.
“Te
quise proteger del ,mundo Lucía” me dice orgulloso, porque afirma que me he
convertido en la mujer que siempre supo que sería.
Era
fácil hacerlo.
He
mirado tus manos al volante emprendiendo viajes infinitos.
Cuánto quiero
esas manos, cuánto me protegen, cuánto son de bonitas.
Hemos
amanecido en terrazas de verano hablando.
Nunca
se nos agota la conversación.
Nunca
se nos agota la vida cuando hablamos de ella.
Vuelvo
a creer en el amor cuándo te lloro porque me lo han roto y tu lo recompones.
Sonríes
cuando una novela me inspira y no puedo dejar de contártelo.
Me
atiendes, paciente, mientras digo que Kurt y Amy, que García Montero, que Sid y
Nancy, que la carta de suicidio de Virginia Woolf, era, en realidad, una carta
de amor.
Subes
el volumen de Princesa si estoy sentada a tu lado en el coche, porque Joaquín
debe encontrarse con nosotros.
“Princesita,
va por ti” y solapas al maestro porque en tu boca siempre ha sonado mejor.
Luego
“Nos sobran los motivos” que es la tuya. Hay que ver, me enseñaste desde cría
eso de que aprender a decir “Adiós” es de valientes.
Mi
padre lo primero que quiso ser en la vida es Golfo; y me cuentas como después
de ver “La dama y el vagabundo” con seis años, ya tenías claro que no querías
leyes, ni condiciones.
Que te
perderías por los bares porque sabes distinguir a una dama allí y eso quizás es
lo más bonito de todo. Que siempre te parecieron damas, y te parecieron las
mejores.
Me has
hecho entender que las mujeres nocturnas, que sonríen de noche y aúllan
salvajes y lobas y guapas a la luna, pueden ser peligrosas.
Que
unos ojos negros que se clavan en mitad de la madrugada.
Unos
ojos negros que invitan al siguiente Whisky y cuentan que les cuelga media vida
de varios libros, esas, son mujeres de barra, y señoras y mujeres enteras.
Porque
las que más miedo te daban son las que peleaste por hacer tuyas.
Solo si
te acojona perderte por su cabeza y de paso por su vida, merece la pena.
Tú tan
delincuente, tú tan de morenas, tú tan perro vagabundo escribiendo poemas a
melenas muy negras y almas expuestas.
Me has
nutrido de cultura para saber defenderme, porque siempre dijiste que no hay
mejor arma que esa.
Alimentaste
mis inquietudes, mi carácter, y me enseñaste
a pedir perdón cuando fue necesario.
La
mujer independiente, la mujer provocativa, la mujer felina es la que siente con
cada poro de su piel, la que llora y besa con la misma intensidad.
Si te
dije “Me he humillado por amor” tu respondiste: “Reconocer lo que uno siente es
de valientes. Amar, es de valientes. La cobardía es huir de los lugares que nos
importan demasiado como para quedarnos, por miedo a destruirlos, por miedo a no
saber estar a la altura, por miedo.”
Y fui
aprendiendo sobre lo que significa quererse a una misma. Saber mis limites para
así poder saltarlos cuando unos ojos merezcan la pena, aunque al final, solo
merezcan eso, la pena – de sufrirlos después.
Como
canta Víctor Manuel, aprendimos juntos el abecedario, y las tablas de
multiplicar, y aprendí el oficio de soñar despierta, de soñar.
Y
cuando me ven vestida de negro y triste, tú me dices que yo soy esa.
La
mujer de negro. Y que hay mujeres preciosas tristes. Y que hay mujeres tristes
que cuando sonríen están aún más preciosas.
Que la
feminidad no se trata de ser feliz en una cita con velas en un restaurant de
etiqueta.
Que la
feminidad es una hamburguesa en el capo del coche, contemplando Madrid y las
luces que la visten de noche.
Entonces,
dos personas hablan y congelan las horas. Ella se mueve el pelo en un gesto que
podrías aprenderte de memoria.
Jamás
te cansarías de escucharla contar historias. De escucharla.
Y no
hay nada mas femenino que eso.
Tú
crees en esas mujeres, tú me admiras así y yo confío y me quiero sin tener que
inventarme a otra Lucía porque esta es suficiente.
Porque
esta es tu “enanilla”.
Porque
te echo de menos tantas veces, y cuando estás, que corto se me queda lo demás.
Tenía
que escribirte, porque hoy me has dicho que estas orgulloso de quién soy.
Y yo,
no sería yo, si tú no me hubieses enseñado quién eres tú.
Y
gracias.
Y a tu
manera.
A tu
manera, Papá.
A tu
manera, Sinatra.
A tu
manera, yo también te admiro.
A tu
manera, te quiero inmensamente.
Comentarios
Publicar un comentario