CRECER ES TAMBIÉN APRENDER A DESPEDIRSE.











Te echo de menos.
Te echo de menos como si esparciese sal por dentro de una herida profunda con forma de grieta en la que la sangre sigue brotando.
Te echo de menos tan nítido como cuando la hoja fina del papel corta la yema del dedo lentamente.
Te echo de menos como el rímel dentro del ojo e impregnado de agua.
Como el erizo de mar clavado en los pies.
Te echo de menos como la tiza seca arañando la pizarra cerca del oído.
Te echo de menos como la piel acariciando agua hirviendo.
Te echo de menos como la primera caída de un niño en bicicleta, que asusta y escuece.
Así te echo de menos papá.

No sé ya describir la tristeza.
La he buscado en los versos de Montero, de Neruda, la he buscado en Sabina y Nacho.
La he buscado y me parece tan lejana.
Porque me doy cuenta de que la tristeza se parece a la muerte.
Existe, porque la llevo aquí dentro y late fuerte.
Pero es etérea e imposible de poner con exactitud sobre papel. Es un dolor que taladra hasta los más profundo pero incapaz de plasmarse con la exactitud con la que se padece.
Así, como la ausencia del que se va. Así, como recordar tu mejilla y no poder besarla.


Estas fechas me rompen. La extraña melancolía de la navidad. Supongo que tiene que ver con que alguna vez fue la época más mágica del año.

Nunca te conté que el tatuaje de mi muñeca con la palabra melancolía y sus tres rayitas simbolizaban a Mamá a ti y a mi.
Cómo si aquella vez cuando lo plasmé sobre mi piel hubiese adivinado lo que el futuro nos deparaba.
Qué manera tan retorcida tiene la vida a veces de simplemente ser.

Te echo de menos Peter Pan. 
ven a buscarme en algún sueño, 
yo siempre te espero con la ventana abierta, 

Y la luz de la segunda estrella.




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