DOLOR FRENTE AL SISTEMA EDUCATIVO.





"No importa lo que digan,
las palabras y las ideas sí cambian al mundo"

- John Keating 
(El club de los poetas muertos)





Que decepción haberme dado cuenta desde dentro de lo que hay detrás del sistema educativo.
Que dolor, haber compartido un mes entero con angelitos de cuatro años, cada uno procedente de un entorno, algunos con límites aprendidos y otros muchos inexistentes, cada uno un mundo. Pero joder, la diversidad debe existir, la integración ha de ser un derecho. Un esfuerzo que merecerá la pena para construir una sociedad mejor.
Porque sinceramente, a medida que voy creciendo y en vez de mirar a mi alrededor me detengo a observar, me doy cuenta de la mierda que nos rodea.
De que esta sociedad huele a putrefacta y pelear por cambiarla a veces es frustrante y sumamente doloroso.
Hablo del dolor porque he visto como se marcaban unos objetivos y de la misma forma imposibilitaban los medios para ser cumplidos.
He presenciado como se hablaba de críos de cuatro años desde: “tiene un problema” o “es malo”.
Perdona. Un niño de cuatro años NO es malo.
Un niño de cuatro años ya tiene una pequeña mochila con un bagaje dentro y te voy contando ya, que en tú colegio de inserción social, esa mochila a veces es pesada y bastante oscura.
También te voy a contar que ese niño al que tú denominas problemático, ha contado del uno al diez en inglés absolutamente todos los números.
Ha jugado conmigo a los colores.
Ese niño, de primeras, solo necesita algo más de tiempo y trabajo. Ese niño, no es un juguete roto.

He tenido que escuchar en boca de la señora de la limpieza: “Este grupo es imposible, se salvarán unos pocos”.
Desde luego. Desde luego que están condenados si los encargados de su educación son adultos capaces de hablar veneno con esa lengua viperina.
Hablo de dolor porque eso es lo que me produce un cara a cara con la directora de un colegio que opina que una clase de cuatro años de catorce niños debe consistir en tenerles sentados e inmovilizados.
¿Qué les pongo a colorear hora y media? Como si fuesen animales enjaulados. Como si no tuviesen la edad de jugar, de agotarse, de hacer volar su imaginación.
NO. No. Y me seguiré negando y se lo seguiré diciendo a la cara a expensas de un posible despido porque yo, soy partidaria de fomentar esa imaginación.
¿Usted lleva un colegio de integración? Pues acláreme qué es lo que entiende por integración.
Convertirles en animales domesticados a base de gritos y violencia ante la orden: Sentados. Sin moverse y sin tocar absolutamente nada.
Eso, no lo entiendo ni yo con veintiséis años.
Eso, es una burrada. 

Le voy a explicar con exactitud la procedencia y significado de esa palabra, a usted, señora educadora:

“Necedad. Barbaridad.” ¿Y sabe usted la etimología de la palabra? Pues proviene de BURRO.

Y con todos mis respetos, no creo que me haga falta ser más clara para que entienda lo que le quiero decir.

Después de media hora intentando contener a criaturas de cuatro años y cansada de ver cómo dibujando hora y media no iban aprender absolutamente nada he decidido revelarme.
Quizás eso va en mi naturaleza. Quizás eso lo he aprendido en casa porque gracias a dios son los valores que me inculcaron. Revelarme contra las injusticias cuando las vea o las vivencie.
Hablo desde la autoridad de ser hija de una mujer que trabajó en la cárcel.
Sí, con esos presos que el sistema denomina “peligrosos” y también trata de integrar. Me río. Me río por no llorar. Integramos a los presos con violencia y pretendemos que salgan reformados.
Claro que sí, ¿cuántas hostias y golpes hacen falta para que una persona sea “buena”? Cuántas.
Sabéis lo que fue integrar. Que un retaquillo de 1.60 como era mi madre hiciese un grupo de teatro que duró un año.
Dejaba el bolso a la vista de todos como si fuesen personas. Sí, personas. Que a veces se nos olvida entre nosotros.
Eso es integrar. Quizás, llamadme loca, un detalle como el bolso, de repente les hace sentir que no son monstruos a los que tememos, que algunos seguimos viéndoles humanos y estamos dispuestos a colaborar en ese proceso de reforma. De creencia en un cambio.
A veces, un acto de confianza como el del bolso, remite a muchas más cosas.
Porque a veces, es el único acto de confianza que han experimentado en toda su vida, o de los pocos.

Menciono este capítulo de la vida de mi madre porque me ayuda mucho a enlazar con mi experiencia.

Como iba diciendo, cuando he decidido hacer lo que mis vísceras y mi corazón me pedían en vez de hacerle caso a usted, he puesto todo patas arribas.
Les he pedido que me ayuden a limpiar el espacio y como si fuesen HULK y tuviesen toda la fuerza del mundo, en un momento estaban listos para ayudar a su profe y crear un entorno divertido que es dónde mejor se puede aprender.

Hemos jugado a la selva. Hemos reído y hemos inventado un “pasemisi” en inglés. Cantábamos en inglés e interpretábamos animales.

Usted qué cree, señora educadora, que han aprendido más forzados a estar sentados, con miedo a sus gritos, dibujando horas y horas.
O estallando a risas, cantando y creyéndose animales.
Tienen cuatro años por el amor de dios. Hágame el favor y mírese un manual de psicología, que ya de paso sea dicho, va bastante reñido a la educación y tal vez aprenda usted algo: la capacidad de retentiva de atención de un niño de cuatro años, no es mayor a diez minutos. Imagínese si además llevan 8h de colegio.


Claro que me hubiese despedido por revelarme.
En las pelis, toda mi vida he visto esas historias en las que el protagonista intenta llevar a cabo un cambio y a medida que los plantea va descubriendo como esos cambios le son imposibilitados.
Acaban imposibilitándole los cambios porque preocupan y alteran la tranquilidad de los de “arriba”.
Sin ir más lejos, una de mis películas favoritas, “El club de los poetas muertos” y mi entrañable y por siempre favorito profesor John Keating.
O “La sonrisa de mona Lisa” y la profesora Katherine Ann.
Creía que esto era un mito. Un mito muy sólido ya en el cine.
Una vez más he comprendido que el cine y la vida, están estrechamente ligados.
Y esta vez, no ha sido para bien.


Me he sentido con la necesidad absoluta de plasmar esto en papel. De gritar y reivindicarme por escrito, porque así soy yo y los que me conocéis sabréis también que el papel y yo, como el cine y la vida, tenemos una relación altamente personal.

Me voy sobretodo y ante todo tranquila aunque profundamente triste. 
Me voy porque no soy una mujer que acepte quedarse con “el chip apagado” para cobrar a fin de mes mientras participo de un entorno dónde nadie se molesta porque esas criaturitas tengan las condiciones mínimas para aprender.
Y voy a decir una cosa más, me voy habiendo hecho de mi clase algo muy concreto.
Un lugar para el amor y el encuentro.
Hoy, sin ir mas lejos, mientras jugábamos he observado que estos niños tenían ya una dinámica de competencia aprendida. 
Es decir, para explicarlo un poco mejor, en el juego de hoy por ejemplo, de manera aleatoria unos eran gatitos, leones, tigres etc y otros cantaban conmigo y decían un animal para que el resto lo imitase.
Pues bien, a la hora de cantar conmigo si más de uno quería participar entendían que no se podía y debían en cierta medida pelearse.
En mi clase, he conseguido que la dinámica sea que cualquiera con ganas de cantar en inglés, canta. Y lo hacemos de la mano todos juntos.
Y aquellos que quieran interpretar, interpretan.
Ha sido tan bonito ver como se daban la mano y se juntaban.
Se INTEGRABAN. Señora directora. Convivían unos con otros y le voy a decir una cosita más, lo hacían en Inglés.
Lamento comunicarle que con su técnica de sargento de hierro – tenedles a todos quietos como si fuesen animales en jaulas y a punta de gritos y berridos, ninguno estaba aprendiendo absolutamente nada.

Se ha hablado mucho de la película del Joker últimamente.
De como un malo es obligado por la sociedad a ser malo ¿no?.

Pues tengo una última cosa que decir.
Los niños, que son lo más puro que tenemos, nuestra versión mejorada antes de convertirse en adultos y comprender con heridas la realidad.
Esos niños no son y no permitiré jamás un comentario así delante mío “fracasos o causas perdidas”.

El sistema educativo da la espalda. Adultos como algunos de los que he tratado allí, dan la espalda.
Y es entonces cuando condenamos.


Firmado:

 Lucía Lorente Toral. Que nunca creyó ni creerá en las causas perdidas.


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