TENGO VEINTISÉIS AÑOS Y HE VUELTO A CREER MÁS QUE NUNCA EN EL SER HUMANO.
Bueno pues con todo lo que está pasando
supongo que es tiempo de reflexión.
Por lo menos quince días seguro…
Decir que se veía venir, por mi parte al
menos, sería mentir.
Porque no. Esto, así, tal y como está
siendo, jamás lo hubiese imaginado…
Esta sensación de estar en una película
de ciencia ficción, sentir que las calles de mi ciudad, de una ciudad a la que
amo tanto están cubiertas de un halo sombrío, un halo de polvo con el nombre de
pandemia nunca lo hubiese visto
venir.
Mucho menos el miedo o la inquietud que
ha provocado y esta desconcertante sensación de que ya echo de menos pasear tus
calles, Madrid.
Ya te echo de menos y acabamos de
empezar.
Creo que empezaré por ahí mi reflexión.
Empezaré por la sensación de quedarse con hambre que es como una de mis autoras
favoritas hablaba sobre echar de menos.
Lo asemejaba a eso, a quedarte con hambre.
Todos nos hemos sentido así alguna vez.
Absolutamente todos asociamos un momento,
un lugar y una persona a esta sensación.
Pero, al menos yo, nunca había invertido
tiempo en pensar qué sucedería si me “quitasen” por un periodo de tiempo
limitado o ilimitado aquellas cosas tan cotidianas, aquellas cosas que siempre
di por hecho que podría hacer.
Cosas, como dar un paseo.
Cosas, como abrazar o besar.
Y de repente, por causa mayor y por
supuesto porque es lo que debemos hacer, ocurre.
De repente todo aquello que conocíamos
cambia, al menos momentáneamente.
Y la idea de que somos vulnerables se
amplifica. La realidad siempre se impone y cuando lo hace, puede llegar a
trastocar hasta la rutina más impensable de ser alterada.
Una ciudad desértica.
Cafeterías desoladas.
Bancos solitarios.
Las terrazas al sol de repente, frías.
La imposibilidad de
Entrelazar los dedos,
Un roce de mejillas,
Una caricia en el momento exacto,
Un beso antes del orgasmo, o después, o a
cualquier hora…
¿Qué ocurre entonces? ¿Cómo nos sentimos?
No es de extrañar que de primeras, ante
la novedad, ante una novedad tan negativa experimentemos el desconcierto, luego
el miedo, luego la incertidumbre y las dudas.
Pero después, después debería llegar la
reflexión. La aceptación. La implicación y el compromiso.
Todos hemos oído hablar de la importancia
de saber estar solos.
Anda que no habremos escuchado mil veces
aquello de:
“Primero tienes que quererte tú y
conocerte tú” respecto a las relaciones de pareja, o para múltiples aspectos de
la vida en general.
Pero de nuevo, creo que muchos, me
incluyo, le hemos dado la importancia obvia a esas cosas y aún así hemos dejado
que caigan un poco en el cliché.
¿Lo típico no? Parece tan obvio y tiene
tanto sentido que no nos paramos ni a darle dos vueltas a ese concepto o a qué
significa realmente quererse y conocerse.
Luego, sucede algo extraordinario, porque
esta situación no puede definirse de otro modo que no sea, extraordinario (cuidado, no le estoy poniendo ninguna connotación
positiva eh), o tal vez inédito u histórico.
Y nos vemos “forzados” a un aislamiento,
a una cuarentena…
En definitiva, a pasar tiempo entre
cuatro paredes, con nuestras familias los que tengamos esa suerte y sobretodo
con nosotros mismos.
Vayas
a dónde vayas no puedes huir de ti en última instancia.
Eso lo he hablado muchas veces con mi
psicóloga.
En cierta medida, todos podemos intentar
huir si no queremos enfrentar X cosas,
Pero esta vez, no podemos.
En esta ocasión los días con sus
respectivas horas irán pasando, de momento quince días, y en ese espacio de horas,
minutos y segundos, nos vemos imposibilitados a huir de quienes somos.
Vamos a tener que convivir con esta
situación pero además vamos a tener que convivir con nosotros y lo que somos.
Día uno. Hacemos un ejercicio de
aceptación ante la situación y de conciencia.
Y ese mismo día realmente todos generamos
una pregunta en mayor o menor escala, ¿qué voy a hacer durante estos quince
días? ¿qué hago para no subirme por las paredes, para no volverme loco/a?
Y entonces veo como en las redes, en este
mundo tan interconectado, empiezan a dar tips
y consejos sobre posibles actividades para no aburrirse.
Para no perder el norte.
Y no me malinterpretéis, me encanta esa
iniciativa y a lo largo de estos días pienso colaborar con ella.
Pero me es inevitable reparar en que son
cosas, la mayoría, que no deberíamos emplear solo en una situación tan peculiar
como la que se está dando.
Pareciese como si fuesen tablas
salvavidas cuando en realidad, son cosas, que hemos ido abandonando para
solapar con ruido (Una de mis
canciones favoritas del maestro Joaquín) el silencio apabullante que a veces
genera pasar tiempo a solas con uno mismo.
Cervezas en el parque, paseos, copas con
los amigos, discotecas, música, viajes en coche, terrazas, aperitivo, latina ardiente y ron de caña, Domingo desde las tres.
Y todo eso es maravilloso, sería
hipócrita por mi parte no decirlo porque soy un bicho de sol y movimiento.
Lo que se denominaría un culo inquieto.
Y Madrid, sus calles y su centro me
insuflan vida. De verdad, me dan vida.
Pero joder, ¿qué ha pasado con la escucha
de los silencios?
¿Qué ha pasado con devorar la historia de
Jack Kerouac y sus amigos en un fin de semana o si me apuras en cinco horas
seguidas un Domingo por la tarde?
¿Qué ha pasado con investigar y descubrir
una lista nueva de películas japonesas que ni si quiera sabías que existían?
¿Qué ha pasado con las tardes de museo?
¿Qué ha pasado con los versos?
A fin de cuentas, ¿Qué ha pasado con
mimarnos y dedicarnos tiempo a nosotros?
Y hablo de nosotros en singular. A nuestra propia persona.
Tal vez, sea momento de saber qué sucede
cuando enfrentas una rutina nueva de principio a fin.
Yo, por ejemplo, hoy he probado el Yoga
por primera vez en la vida en el salón de mi casa.
Con una señorita muy simpática en la
pantalla de mi ordenador y la luz del sol brillante penetrando las ventanas.
Y al principio debo reconocer que me he
sentido algo estúpida.
Luego, he decidido empujar a un lado los juicios de valor y lanzarme a la
piscina.
¿Y si me gusta?
A
mi.
También me está pareciendo un buen
momento para investigar sobre la infinita cantidad de películas, directores y géneros
que no me he parado a buscar nunca o a saber si quiera que existen.
Abrir un nuevo cuaderno y hacer una lista
sobre aquellas que me llamen más la atención para vérmelas en orden. Igual con
los libros y cuadros.
(Porque gracias a las tecnologías tenemos
fácil acceso a todo eso)
Una lista a medida para mi.
Para la persona que soy.
Porque pasar tiempo con nosotros en una
época que nos ha acostumbrado a ir tan
rápido tiene mucho que ver con esa frase de cuidarse y quererse de la que
he hablado antes.
Y ahora, me doy cuenta de que eso de
quererse y cuidarse va estrictamente ligado a conocerse.
Y cómo vamos a hacer eso si no paramos.
Y esto. Esto que esta ocurriendo es una
pausa mundial.
Atroz y dolorosa, por supuesto.
Pero ante el horror, como siempre acaba
sucediendo solo hay dos posibles caminos.
La elección de tomárselo desde el mejor
ángulo posible o desde el peor.
Quizás es un buen momento para cogerle el codo, mejor que la mano, ante la
situación en la que estamos, a estos días de inmovilización casi global, y
abrazarnos solos.
Yo.
Mi. Me. Conmigo.
Y ahora sí, tal vez, empezar a
conocernos.
Porque en cierta medida creo que mientras
todo avanza a un ritmo frenético nosotros, como individuos, nos hemos ido abandonando.
Puede que estos días sean un posible y
bonito reencuentro.
Creo que también es un buen momento para
valorar.
Madrid te echo de menos.
Tengo ganas de volver a oírte rugir en
Malasaña,
Volverte Dominguera y descarada en los
aperitivos de Retiro,
Enfundarte la mini falda y el pintalabios
rojo los Viernes y Sábados en Tirso,
Calentar
motores al sol en Castellana,
Ponerte más guapa que ninguna en los
Austrias,
Escandalosa y descarada en Cibeles y
Neptuno,
Resacosa y mal peinada, en San Gines,
Navideña y cariñosa en la Playa Mayor,
Todopoderosa, brillando enamorada en la
Gran Vía,
Madrid, quiero que vuelvas.
Y todos queremos que lo hagas porque te
debemos historias, besos inesperados que acabaron siendo los mejores,
magulladuras de noches inolvidables, tejados de madrugada, bailes al ritmo de
los piratas, conversaciones en tus azoteas, reconciliaciones en tus terrazas,
rincones que inspiraron un poema, esquinas que de las que hicieron una canción.
Te debemos mucho y ahora, nos toca a
nosotros demostrártelo.
Respecto al ser humano, también es un
momento para pensar.
Pensar en la distancia física con
nuestros amigos, con nuestros familiares (yo ya estoy contando los días para
poder abrazar a Nica de nuevo), con nuestros amores o historias de una noche
que se han quedado así, como todos, en pause.
¿En el momento de vernos por fuerza mayor
obligados a un distanciamiento cuánto echamos de menos? ¿En quién piensas
realmente cuando imaginas una sonrisa, qué mejilla te apetece volver a besar,
cuántas son las ganas de un abrazo. De un secreto al oído?
Creo que es ahora, cuando la realidad se
impone cuando de verdad podemos medir la distancia. Medir lo que significa
realmente alejarse. Y medir lo mucho
y lo estúpido a veces de hacerlo tan gratuitamente, quitándole importancia a
una acción que en verdad, como todos estamos corroborando ahora, tiene tanto,
tanto peso.
He pensado mucho en esas ideas que todos
hemos planteado a veces como un buen argumento de serie televisiva: Si esta fuese tu última noche, si este fuese
tu último día, si el mundo terminase mañana dónde y con quién estarías.
Evidentemente este no es el caso, menos
mal.
Pero no puedo alejar de mi cabeza la
extraña “realidad ficticia” que estamos viviendo en la que todo ha cambiado, en
la que se han impuesto normas hasta ahora por lo menos para mi generación,
jamás vividas.
Y reflexiono sobre con quién realmente me
gustaría una conversación de madrugada de nuevo.
Con quién me gustaría un abrazo y con
quién me gustaría un paseo.
Pienso en mitad de la tormenta, en esta
distancia real a quién me gustaría
preguntarle/la cómo estás.
Y se me vienen diferentes personas para
cada momento.
Pero cuando se vienen, vuelvo a darles un
significado nuevo a esas personas y a mis sentimientos hacia ellas porque tal
vez, bajo la rutina, bajo el día a día, bajo la serie de cosas que pensamos que
nunca perderemos, ahora, cobran una perspectiva distinta.
Es una época de sopesar decisiones y
sentimientos. De ordenar y clarificar.
Una época de solidaridad y unidad.
El aplauso desde los balcones a todos
vosotros, médicos, sanitarios, enfermeros que nos cuidáis y os implicáis hasta
la última fibra de vuestro cuerpo fue un suceso o más bien lo que sentí ante
ello es algo que no conseguiría plasmar en papel.
Pero realmente, yo con mis palabras os
quiero dar ese mismo aplauso o mejor, ese abrazo que ahora mismo no podemos
darnos a muchos más.
A todos si me apuráis.
Porque todos tenemos una pieza y un papel
fundamental.
Se me eriza la piel y me emociono con la
entrega de todos los médicos, día y noche.
Con los músicos y sus conciertos online para que durante la tormenta
podamos subir el volumen y navegar bailando y cantando.
Los cineastas, guionistas, artistas en
general, con todo el gremio del arte.
Que hacéis posible que esta reclusión sea
llevadera, aportándonos infinitas historias en paginas de libros y novelas,
emociones encontradas en obras de teatro y en imágenes congeladas en la retina
de películas que, no todas pasaron a la historia, pero sí a la historia personal
de cada uno.
Por eso me gusta preguntar a las personas
qué libros son sus favoritos, qué poemas, qué películas, qué cuadros.
La
cultura hace posible que una ausencia no sea mortal.
A todos los trabajadores que siguen, día
a día volviendo a su trabajo porque sin ellos, nada podría continuar.
A los que han tenido que dejarlo y tienen
miedo, seguiremos con vosotros después, porque vosotros somos nosotros, porque
todos volveremos a estrechar las manos y levantarnos pero juntos.
Al personal de limpieza que dejáis brillo
sobre la sombra de un virus que asusta y nos mancha. Nos mancha con cierto
terror.
A los científicos, a los periodistas, a
los psicólogos, profesores… a todos a fin de cuentas. A todos y absolutamente
todos.
Porque lo más bonito para mi, es ver como
esto, al final, sí era un puzle que necesita de todas las piezas.
Mi gremio es el de la interpretación y la
literatura.
No me hago una idea de lo que es atender
noche y día, con falta de horas de sueño a personas enfermas, personas con miedo.
No sé lo que es enfrentarse a esto desde el punto de vista profesional.
Pero os puedo contar que sí sé lo que es
enfrentarse a ello desde el punto de vista humano.
Una de mis mejores amigas es médico. Y
esta batallando en primera línea.
Y la admiro y la quiero pero no más que
antes, exactamente igual porque siempre lo he hecho.
Y mientras ella pelea allí, hemos fijado
un horario para llamarnos todas las noches y poder apaciguar sus incertidumbres
y el mismo descoloque que todos al
otro lado tenemos exactamente igual que ellos.
Y así, yo también ayudo a que ella pueda
amanecer un poquito mejor cada mañana.
Hablo de mi, pero lo realmente hermoso,
es que soy consciente, y fui consciente ayer, cuando Madrid sonaba en palmas y
desprendía amor por los balcones de que todos sabéis a lo que me refiero.
De que todos vamos a salir, con muchas
consecuencias claro esta de esto, pero también con una lección, con una
reflexión y sobretodo con un aprendizaje.
Que
bonito será guardarnos besos, abrazos, arrumacos
y caricias para el día que salgamos darnos cuenta de que ahora sí, mientras los
damos, estamos valorando cada uno de ellos.
Tengo
veintiséis años y todo esto es nuevo.
Pero
tengo veintiséis años y he vuelto a creer más que nunca en el ser humano.
L.
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