Los Domingos.
Ya cocino algo mejor.
Bueno, más que mejor, con más variedad si incluimos que ya me apaño para pelar un pepino y tomates.
Pero haber estado un mes sola, con la visita entre medias de amigos me ha ayudado mucho en este camino de crecer.
Sigo liándola un poco petiusca en la cocina, saco trecientos mil cacharros y a veces me lío y hablo sola mientras remuevo corto o me traigo un monologo con la vitroceramica.
Pero lo importante es que acabo zampando como una reina.
Cosa que antes, era impensable.
Esta siendo un proceso interesante este del crecimiento personal.
Eso es algo que ha de hacerse día a día, pero haber elegido veranear “sola” este verano, está ayudando.
El tiempo compartido con personas ha sido mágico.
He conocido mundos nuevos y ellos un cachito más amplio del mío.
Luego la soledad, ahora que se han ido.
Mis libros, mis ratitos de escribir frente al mar desde mi balcón, la construcción de mi personaje, el trabajo en mi propia obra de teatro… en fin, mis historias al fin y al cabo.
Estoy en paz. Como si estuviese atravesando algún tipo de duelo, o varios quizás, y mientras cierro heridas descubro un hueco gigantesco y seguro de paz dónde estoy yo.
Es un lugar dentro de mi dónde voy consolidándome como mujer.
Sin dependencias. Con seguridad. Y con amor y mimos.
Al final va a ser verdad que son nuestros cimientos los más difíciles y también los más importantes de hacer solidos para poder estar receptiva a todo lo demás.
A la vida en definitiva y a las personas.
A veces profundizo en la memoria.
Los duelos tratan en parte, de un pulso bastante heavy metal con la memoria.
Pero he llegado a la conclusión de que no debe tratarse de un pulso a muerte.
De ganarle el juego a los recuerdos.
Qué coño. Cómo vamos a pretender algo asi.
Antes, creía que tenía que ver un poco con eso.
Este verano tan raro por todo lo que está sucediendo y lleva sucediendo desde la llegada de este virus, que sigue pareciendo todo un poco una peli de ficción mala, he tenido muchos encuentros con los recuerdos.
Al principio pensaba que cómo algunos muy concretos me hacían pupa. Se trataba de olvidar en cierta medida.
Después los fui dejando entrar sin pelear con ellos.
A veces, casi siempre los acompaño de canciones o versos.
Los acompaño de la luna y el mar y el cielo malvarosa y las estrellas.
Y los dejo anidar por mi cabecita. Aceptando.
Papá se fue. Y simplemente fue así. Se fue. Me lo arrebataron.
X, se enamoró por segunda vez. Y no fue de mi. Y también fue asi. Sencillamente.
Y yo, voy lidiando con los hechos. Pero sin encabronarme. Ya no.
“Momo” me está dejando huella. Llevo tres capítulos y como me pasa con todos los libros, ya sé cuáles se van a quedar conmigo para siempre.
Siento que sostengo a Papá y a Mamá mientras sostengo el libro y me adentro en sus páginas.
No puedo olvidar que papá me decía que yo era Momo y a medida que voy leyendo, joder, que cortito se me ha hecho el tiempo para decirte, “tenías razón.” Y sobretodo “gracias por mirarme con esos ojos Papá”.
Pero eso me lo llevo y me deja una paz por dentro increíble.
Cada día, incluso ahora que no está, aprecio más, que inclusive con la distancia y todas las multiples cagadas que hicimos en vida, porque nunca dejamos de ser humanos – gracias a dios- él me veía mágica.
Me veía increíblemente preciosa. Me veía de una manera que no sabría describir.
Pero si alguno de vosotros alguna vez lee “Momo” entenderéis porque es una de las cosas más bonitas que la vida podía regalarme, saber que con esos ojos me vio siempre mi Papá.
Gracias calvito. Gracias por ese amor desmedido y gigantesco.
En el tercer capítulo me he encontrado con “los hombres grises.”
El Miércoles que me contaste que tenías un cáncer de Pancreas y yo lloré y luego comimos sushi y después nos quedamos los dos solitos abrazados en el sofá y tú me leíste capítulos de tu libro. Y yo repose mi cabeza en tu hombro tan, tan delgado, y memorice tus manos que me rodeaban y tuve miedo y también tuve uno de los momentos más mágicos que me guardo contigo, porque fue el último en el que no hubo una camilla de hospital entre nosotros, ese día me hablaste de que iba a salir todo bien. De que no dudase ni por un instante de que era la última prueba y la definitiva que la vida nos ponía.
Me dijiste que creías que esto había sido “El hombre oscuro” que te había acompañado siempre. Una especie de pequeño demonio interno que siempre habías tenido, una pequeña tendencia autodestructiva, en el que cuando todo iba bien, él llegaba y lo erosionaba.
Te confesaste ahí conmigo. Me abriste una parte de ti que nunca me habías contado.
Nunca habías mencionado a aquel hombre oscuro.
Ahora, en “Momo” me encuentro con los hombres grises que vienen a destruirlo todo, y te recuerdo. Ya sé de dónde salió ese apodo, a qué te referías con esa figura.
Si te hubiese hecho caso dieciséis años atrás podríamos haber comentado esta historia juntas y aquel día cuando me hablaste del hombre oscuro te habría entendido mejor. Aunque lo entendí bastante bien.
Leyendo Momo, veo que no iba desencaminada.
Esos hombres amenazan con destruir la inocencia y la pureza.
Aún no he avanzado en el libro, pero si Momo se parece tanto a mi, o yo a ella, sé que peleara para salvar toda la magia.
Sé que peleara por los suyos, por el mundo de la pureza, del bien y de la inocencia.
Sé que peleara por su cielo estrellado y las canciones que el silencio le susurra en las noches.
Claro que Momo y yo nos parecemos Papá. Aquel hombre oscuro pudo con tu cuerpecito de manera física, pero JÁ, y escúchame bien, no ha podido ni siquiera rozar un milímetro, tu presencia en absolutamente toda yo, tu presencia, tu esencia y tu legado en todo lo que vive, mientras viva yo y después mis hijos…
Solo pudo tocarte físicamente, pero nunca pudo hacer absolutamente nada más.
Estábamos destinados a ser eternos. Gracias por hacerlo posible dejándome tanto.
Y tanto, nunca fue algo material. Tanto fue, como tú, como Peter pan y el polvo de hada, como la imaginación y las poesías y los versos y canciones…. Tanto fue siempre, algo etéreo, pero más consistente que cualquier cosa.
Supongo que Papá sigue siendo uno de mis lutos.
Según mi psicóloga es un luto que lleva toda la vida, y se arrastra siempre.
Pero es un luto que va disminuyendo en cuánto a dolor.
Todavía me queda mucho para eso.
Pero a esto me refiero con la paz. Sí que voy encontrando paz dentro de mi, mientras trabajo en “mis duelos.”
Otro, que tiene que ver con la memoria también, con los recuerdos y bueno, con cerrar claro, es un poco X.
A veces, del mismo modo que lloro mientras escribo cosas, como los recuerdos con Papá, también me río yo sola con otras, como por ejemplo, cuando menciono a X por aquí.
Siempre pienso que los que me leeis habitualmente y sois absolutos desconocidos debeís de pensar:
- Joder macho, el tal X esté debería pedirte matrimonio porque telita con el colega…
Y ya veis, me descojono yo sola.
A veces yo pensaba que X podía aparecer un día en mi portal, un día inesperado en una racha terrible, la peor posiblemente, en la que llevamos siglos sin vernos ni hablar y decirme: Baja.
Y no podría ser peor época, ni momento, ni hora del día.
Me gustaría que fuese así, que todo estuviese en contra, no que fuese de rositas y mágico.
Me gusta así, con todo en contra porque me parece mucho más bonito y mucho más metaforico de cómo hemos sido nosotros siempre.
Y entonces, nos miraríamos, yo, sin entender un comino de lo que esta pasando y herida, muy herida, tanto como estoy con él.
Y lo primero que le pediría a pesar de todo y antes de dejarle hablar, sería un abrazo.
A día de hoy, mi mayor duda es si sigue oliendo tan bien como siempre lo hacía.
Me enroscaría en su cuello disimuladamente y me gustaría saber que sí. Que su olor sigue intacto.
Luego le diría, qué quieres. Muy digna. Ya sabeis. Porque ya no estoy cabreada con él, pero sí muy dolida. Muchísimo.
Y entonces nos iríamos a algún sitio de esa acera. O dentro del coche.
Y de repente me diría que a la mierda.
Que lo ha intentado de todas las maneras. Callar el ruido. Que lo ha intentado todo.
Que se ha peleado de trescientas formas con mis recuerdos. Con mi pelo, mis manos y mi voz.
Que se ha peleado de ochocientas formas más con esta manía mía de haberle querido desde que le vi y decidir que ahí iba a estar, que dejaría de amar aunque pareciese impensable a la que siempre amo cuando yo le conocí hasta que llegue yo, y a base de pico y pala fui haciendo que su corazón se impregnase de mi.
Que no tiene ni puta idea de cómo saldrá nada y de hecho cree que va a salir como el culo, pero que a la mierda.
Y que lo intentemos. Que lo intentemos a nuestra manera, que nunca será la misma que la del resto.
Pero que al final del día habiéndose peleado con todo lo que yo representaba y con mis piernas recorriendo su cabeza, se ha dado cuenta de que la mejor forma de lucha es junta.
Cuando entre mil personas sabemos estar solos.
Cuando solos, nos basta con mirarnos para entendernos y reírnos.
Cuando nuestras miradas han tenido más conversaciones que cualquier persona en este mundo.
Y yo, probablemente primero le metería una bofetada. Sin que duela. O que le duela un poco que coño. Una cachete que se lo tiene ganado.
Y luego, bueno, luego creo que me tiraría a estrellarme con alevosía y muchísimas ganas contra su boca.
Y de ahí, no me mueve en un buen rato ni dios.
Vuelvo a reírme.
Lucía en sus mundos de unicornios.
Para empezar, esto no ocurrirá en la vida porque para eso X tendría que ser otra persona.
Porque X nunca haría eso conmigo ni por mi.
No hay que culparle. Yo antes le culpaba. Y tiene muchas culpas eh, pero no tiene culpa de no haberme amado así.
Eso no se elige.
Tampoco ocurrirá porque este es el otro duelo que estoy dejando cerrar sin cabrearme con el recuerdo. Todo lo contrario.
Pero es normal que después de tantos años ya este exhausta y aunque a día de hoy es muy probable que bajase al portal, aunque me costaría mucho más que años atrás, de aquí a otro año, ya no podría bajar a ese portal.
No diré que por falta de amor, porque eso es algo que no se puede saber, como no se puede saber quién se nos irá cruzando en la vida o en qué situación sentimental estaremos de aquí a dos semanas, pero lo que uno sí sabe o al menos decide es que deja de esperar.
Una vez, yo escribí aludiendo a X que si alguna vez volvía a enamorarse y no era de mi, entonces me iría para siempre.
No por chulita, o digna. Es solamente porque recuerdo que todas mis amigas, en concreto A me decía que aquel chaval nunca olvidaría a I. Que era una batalla que tenía perdida. Que nunca podría amar a nadie más.
Y sin embargo, yo nunca pretendí que la olvidase. Además I, me cae guay.
Yo no soy así. Yo solo sabía que me había cruzado con él y quería “pelear” por lo que sentía. Pero pelear, solo significaba seguir al pie del cañón, siendo yo, hasta que de repente, si de verdad él tenía que ser para mi, un día sin saber cuándo ni cómo, se diría: “que coño, porqué me he pillado por Lucía.”
Pero bueno. Que me enrollo… os acordáis de aquella frase, “Yo no voy a estar esperándote toda la vida. Si lo haces, hazlo ya, porque sino me iré”. Pues aunque dolorosa es algo así como, bastante real.
Y en resumen, por todas estas cosas, esa peli de mi cabeza no puede suceder.
En cualquier caso, cada día me siento más afortunada de ser quién soy y haber amado como lo he hecho.
No pienso cambiarlo nunca. Está soy yo. Amo con todas, y hasta reventar.
Me acuerdo muchísimo de cuando nos conocimos y yo dibujaba en una servilleta de bar, con uñas negras descascarilladas y me dijo:
Llevas las uñas negras.
Le mire. Sí era una obviedad, pero él reparaba en esas cosas y os puedo asegurar que todavía no he conocido a nadie que lo haga.
Luego me pidió la servilleta. Dibujo un infinito al lado de una frase que yo había pintarrajeado de Lana del Rey y me lo devolvió.
Todavía guardo esa servilleta en mi diario de Amy Winehouse.
Cuando me viene ese recuerdo. Pues pongo música y miro al mar.
Y le dejo estar.
Estoy creciendo. Cerrando. Acpetando. Y, entre medias, olvidando.
Pero no es un olvido de borrar. Es un olvido que consiste en seguir a pesar de, y colocar las pupas.
Papá no pudo cumplir cincuenta y ocho. Punto. No pudo.
X no pudo ser para mí y conmigo (el término “mío” me recuerda a apropiación y no me gusta. Y si algo tengo claro con X o con cualquier futuro amor y relación es que nunca querré que sea mío. Quiero que sea conmigo). No pudo. Punto.
Este es un poco el resumen que en este caso se ha centrado en este proceso de Agosto de profundizar en la memoria y darme cuenta de que existen duelos y los estoy atravesando. Pero me siento muy orgullosa de mi misma y de la forma en que los estoy afrontando.
No sé, me siento bien. Me siento tranquila con este lugar que estoy creando dentro de mi en el que me reconozco lugar seguro y fuerte para sostenerme y apropiarme y amarme.
De verdad, de alguna manera voy mejor que nunca.
Y tengo ganas de lo que se viene. De volver a una cierta rutina.
Tengo algo de miedo con el virus este y lo que pueda pasar.
Pero como decía Miguel Hernández, “Dejadme la esperanza.”
Y bueno, ahora tengo proyectos teatrales y esa es mi vida. Es dónde me reconozco más. Sobre las tablas y en la literatura.
Y tengo todo eso por delante ahora y es mi mundo laboral y tengo tantas ganas de que llegue todo.
El segundo libro, representar a la Chole, poner en pie mi propia obra escrita por mi…
Vivir,vivir y vivir.
Es bonito darme cuenta de que entre la pulsión de vida y la de muerte (ambas conviven con los seres humanos constantemente) ha ganado la de vida.
Aunque siempre esté por ahí la otra, pero, ahora ya sé dónde colocarla mejor.
Queda una semanita de verano… Disfrutadla a tope. Yo pienso hacerlo.
Y después… después que venga lo que tenga que venir, pero aquí, aquí siempre nos encontramos.
L.
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