LE GUSTABAN LAS CICATRICES PORQUE SIEMPRE TUVO MALA MEMORIA.
Sólo Pandora hubiera abierto esa caja
y ella era Pandorísima,
y gustaba desatar Troyas e hipogrifos
y albergar batallas en su cuerpo,
y las cicatrices, le gustaban las cicatrices
porque siempre tuvo mala memoria.
- G.C.
El Domingo vi el Rey León en el cine.
Empecé a llorar en el minuto uno de la primera escena. Así, sin exagerar.
Y era raro porque lloraba de emoción y estaba contenta, de verdad.
Pero también estaba sin ti. Y bien sabes que en una situación normal, en circunstancias normales, si la vida hubiese seguido como se suponía que tenía que seguir, solo hubiese cabido una posibilidad en el mundo y es que la viésemos juntos. Con nadie más salvo contigo.
Pero supongo que por eso dicen que la vida es aquello que sucede mientras hacemos nuestros planes.
Porque llega, te calza una hostia, y todos los planes a tomar por culo. Y apechuga.
Pues ahí estaba yo, apechugando con el vacío que dejas. Con el hueco en el estomago al echar de menos.
Me encantaría besarte la mejilla joder. Nadie imagina cuánto. Este dolor es incalificable.
La desmesura con la que te añoro es indescriptible y me angustia muchísimo no poder expresarlo sobre papel.
Creo que nunca había sentido un dolor tan devastador, tanto, que ni las palabras me sirven.
Pero eso sí, me reconfortó bastante seguir notando el pinchacito ese, de ilusión, de valentía, me atrevería a decir que hasta de positivismo, cuando Simba recuerda quién es, a dónde pertenece y qué debe hacer. El mítico "El vive en ti."
Pues ese pinchacito y el resto de sensaciones que se me arrejuntaban en el estomago cuando era un mico, cuando el sofá azul y tú manita, seguían estando ahí veinticinco años después, con alguna arruga más y probablemente con el hígado bastante más turrado que por aquel entonces.
Y eso me tranquilizó y también me ilusiono.
La esencia sigue. Y recordé una de mis frases favoritas en el mundo que, cómo no, saqué de una peli.
Te la he repetido varias veces asique la recordarás:
Nuestras huellas dactilares no se borran de las vidas que tocamos.
Y ahí estaba yo. En los Cines Capitol, apretando tu recuerdo muy fuerte contra mi pecho.
Al salir del gimnasio, me ha pasado algo extraño.
Me ha dado uno de mis ataques de melancolía bestiales.
Y digo que es raro porque llevaba dos horas ahí metida machacándome.
Lo que equivale a estar empapada de sudor (Siento ser descriptiva en exceso) y por tanto con las endorfinas en plena orgía.
Pero no.
Bajonazo.
¿Quieres saber porqué?
Porque mientras caminaba dirección a casa he empezado a repasar imágenes juntos por el barrio.
He visto las sillas dónde nos hemos sentado a merendar. A comer. Sobretodo a charlar.
Y lo peor.
Lo peor de todo sin ninguna duda ha sido cuando me he parado frente a la puerta del portal.
Y me he quedado un ratito mirando a los coches aparcados en la acera. Recordando como bajaba del tuyo cuando me dejabas en casa y te esperabas hasta que me metía dentro.
Luego agitaba la mando y te mandaba besos. Y casi siempre te gritaba (aunque ya no pudieses oírlo pero suponía yo que me leías los labios) Te quiero muy fuerte.
Y la conclusión a ese hilo de pensamiento era que ya nunca más te despediría desde el portal.
Que ya nunca más esperarían a que me metiese dentro de casa antes de arrancar el coche.
Que ya nunca más.
Espero que todas las veces que grite Te quiero desde dentro del portal las escuchases Papá, porque ojalá pudiese seguir haciéndolo.
En fin, a veces echo la vista atrás y recuerdo a otra(s) personas también.
Me imagino que estrá haciendo y qué me gustaría que hubiese hecho.
Miro de refilón el banco de mi acera y rápido,
meto la llaves y subo a casa.
Pasado mañana me voy a Mérida. Uno de los lugares más emblemáticos para el Teatro.
Y encima voy a ver el Prometeo de García Montero. Luis siempre me recuerda a ti, Luis.
La vida es preciosa. Es solo que ahora, tengo que recordármelo más a menuda de lo que antes lo hacía.
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