SAN JUNÍPERO




Crecer es aprender a despedirse.

                - Risto M

 













A mi quisieron llamarme Julia o Laura
antes de ser Lucía.

La decisión la tomó una canción y las apuestas estaban entre dos.
Así eran mis padres.
Qué rápido y que fácil y que ellos.

Cómo llegaron a mi nombre es una bonita metáfora de cómo fuimos en la vida.
Me críe entre canciones y poesías.
Cine y sueños.

Mamá volaba en escenarios y Papá sobre los días.
Nunca estuvimos cien por cien equilibrados ni estables.
Nadie lo está, ya lo sé. Pero nosotros menos.
Aún así, a veces, éramos los seres humanos más felices del planeta.
En verdad, éramos los seres humanos más felices del planeta y aún así, a veces, entristecíamos. Pero solo a veces.

Hemos cogido aviones a playas dónde aún se conservan nuestras siluetas haciendo castillos de arena.
Mamá me envuelve con su pareo blanco y dormimos la siesta arrullados por la brisa.
Constantemente están leyendo en la fotos robadas que he grabado en la memoria.
Y mirándose. Se miraban mucho.

En el agua el rastro de las motos de agua sobre las que boté con Papá.
Y en Ibiza el show nocturno para los padres del hotel y todos los enanos disfrazados de sirenas.

Cuando me acuerdo de vosotros se me mojan los ojitos.

No recuerdo de qué terminal salimos hacia París.
Pero sí la suite del castillo rosa,
los baños hirviendo de Mamá,
     la risa ensordecedora de los tres.
Los desayunos con Mickey Mouse,
y tú, Papá.
Ahora comprendo porque fuiste tan feliz o incluso más que yo, allí.
Y es que andábamos cumpliendo sueños juntos.

Domingo de McDonalds y cine,
reuniros en el salón de sofás azules para argumentaros desde mi estatura de niña respaldada en la sillita roja porqué debíamos tener un perrito.

Esa promesa jamás la cumpliste Papá.
Y Mamá te decía que no prometieses cosas que no se podían cumplir.

Entonces, un día las diferentes realidades desde las que vuestros ojos miraban el mundo se hicieron muy grandes y largas y yo no fui un motivo suficiente.
Pero eso, veinticinco años después, prometo que lo entiendo.

Desde entonces parece que llevo tres intentos en la vida –
La infancia, dónde elegiría quedarme.
Esa adolescencia atrincherada entre dos bandos. Perdonadme.
Y una madurez podrida cada quince de Noviembre cualquier año de aquí en adelante.

Crecer es esto. Dicen novelas, canciones y personas.
Qué. ¿Crecer es qué?
¿Qué coño es crecer?

Arrancarme las uñas raspando ausencias,
Mutar la piel en cada desamor,
Una renuncia por una elección,
Conocerme por primera vez como si nunca me hubiese presentado,
Destapar los complejos al aire y me importa un rábano.
                  O no. Es mentira. En realidad me da miedo pero es que me estás mirando y me has llamado preciosa.
Dejarme volver a sorprender por seres humanos que se agrupan aleatoriamente en una clase de teatro,
No cumplir con los cánones treinta y dos y treinta y cuatro porque Noventa. Sesenta. Noventa está a novecientosesentaynueve años luz de mi.
Y lo acepto y sobre todo, me acepto.
Aunque todos los días tenga que re aprender a hacerlo.
Admitir esta incertidumbre constante y completamente generacional,
Comprometerme conmigo antes que con nadie para poder hacerlo con todos los que quiera y sobretodo los que se lo merezcan.
Reconocer la culpa pero nunca más volver a fustigarme ni dejar que otro capullo se justifique con ella.
Escribir mucho más ocupando mucho menos.
Leer hasta hartarme,
Masturbarme,
Bailar frente al espejo desnuda,
Mirar el mar y no hacer nada más que mirar el mar,
Aprender a disfrutar de la quietud,
Viajar,
Enronquecer con Sabina, cantar a Sabina, pedir que me lleven al fin del mundo.
Gastar todo el carrete en infinitas fotos estúpidas de las que se salvarán tres y serán estúpidamente memorables.
Llorar por penúltima vez siempre. Y por quién menos lo merece casi siempre.
Llorar muchísimo más fuerte por quién sí lo merece y saber que quién lo haga no te hará llorar es una grandiosa gilipollez que no se cumple pero continuamente se perdona.
Y menos mal.

Qué coño es crecer.

Hoy me ha pillado la tormenta de verano mientras volvía a casa.

He recordado que me encanta caminar bajo la lluvia, abrir las palmas de la mano boca arriba para sostener las gotas  mientras las cuento, inclinar la cabeza y cerrar los ojos cuando se me empapan las mejillas.
Me encanta y sin embargo nunca lo he hecho.

Hasta hoy.

Y mientras todo esto sucedía he recordado que podría ser Julia o Laura.

Que podrías no haber muerto y yo nunca habría tenido que esconder una cajita de dolor irracional por dentro para la eternidad.

Que podría y podrían y hubiésemos podido.

Que ante todo y precisamente porque todo,
Podría ser Julia,
Podría ser Laura,
Pero.
Soy Lucía.

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