NON, JE NE REGRETTE RIEN.














Ha sido un finde estupendo.
Especial en parte.

Para empezar os contaré que he montado por primera vez sola a caballo.
Cuatro horas sin ir más lejos!!!

Al principio cuando me subí, rodeada de personas, todas con experiencia, tuve un momento de crisis brutal.
Estábamos todos juntos en los caballos antes de salir y uno de los chicos de allí me asustó porque me dijo “no te acerques mucho a ese caballo porque depende de a cuál te acerques se pegan coces.”

En ese instante que yo todavía estaba tratando de aprender como manejar las riendas cortocircuité y empecé a decir que me quería bajar.
Pero rollo enserio. Estaba acojonada.

Luego decidí que tenía dos opciones. Atreverme.
O perderme una experiencia completamente nueva, bajo la luna, rodeada de personas con las que me apetecía estar.
Dicen que al final del día hay personas que prefieren arrepentirse de lo que hicieron de lo que no hicieron.
Yo soy de esas.

Si no llegaba a la cena y teníamos que acabar escayolándome la pierna (siendo yo podría haber sucedido) pues mira, mala suerte. Pero al final del día yo soy una tía valiente.
Y lo soy precisamente por lo cagona que soy.
Las atracciones del parque de atracciones me acojonan. Pero al final, me quedaría tres mil veces peor con la sensación de no lo intenté.

Cuestión. Que tiré pa´lante.
Y como G me dijo, “empezaste muertecita de miedo y has acabado en la primera fila en la ruta”.

Y es verdad joder.
Me hice amiga de todos que se portaron súper bien conmigo.
Acabé cogiéndole mucho cariño a mi yegua. Que me dio algún que otro susto pero joder, como no iba a caerme bien si todos esos sustos fueron porque la jodía era súper comilona y se me iba a zampar por el bosque todo el rato.
Pues como yo. Una comilona profesional. Tenía que caerme bien.

Miré al cielo. Canté. Pensé en mil quinientas cosas y también intenté no pensar y disfrutar.
Y mirar a la luna. Y a las estrellas. Mirar la luna y las estrellas es una de las cosas que más me gusta.
Una de las lecciones más vitales que aprendí cuando era peque, me la dio Mufasa mientras hablaba con Simba y precisamente hablaba de las estrellas.
Ahora, yo también me encuentro con Papá allí.

Lo mejor de todo? No tuve agujetas al día siguiente.
Cuando baje, casi no podía andar, pero nos fuimos todos de cena y después de cinco vinos, yo ya estaba en plena salsa y nada me dolía. Todo lo contrario, me sentía jodidamente feliz y completa.
Todo el mundo apostó a que a la mañana siguiente no podría ni moverme.
Todos se equivocaron.
Já (como mola leer esa frase aunque quede un poco tía flipada, pero joe, aquí puedo permitirme la chulería que me siento muy orgullosa de mi misma….)

He aguantado hasta el amanecer bailando, copeando y saltando.
También he sido yo en plena esencia como mi “mala pata” acompañándome como siempre.
La única piva que se pira al campo tres días sin agua y se pone “mala”. Ya sabéis problemas femeninos….
Y ahí estaba yo, con un chorrillo de agua en la ducha, embadurnada de jabón y salvando la situación como se podía.

Pero yo siempre he sido de esas. Hay que amoldarse a las situaciones y disfrutarlas todas.
Que no hay casi agua? Pues métele humor a la cosa, hazte un buen moño, y resuelve.

Al final, salí del paso victoriosa.
Y todos nos pegamos unas buenas risas.

He disfrutado de comidas, risas, chistes, copas frías en bikini mirando el horizonte, rodeada de verde, y sobretodo en buena compañía.

He tenido mis puntos de melancolía pero desde una felicidad en el pecho especial. He contemplado de noche junto a L, R y A, con la copa y sentada en el muro del “balcón” la noche cubrir hectáreas de campo, los arboles, y Édith piaf con su “Je ne regrette rien”.
He dormido en un sofá cuando tenía cuarto porque sí. Porque no sé como me las apaño pero siempre acabo en los sofás.

He sufrido el calor mientras todos dormían la siesta del Domingo y yo, me iba al jardín, me acurrucaba en la silla, fumaba un cigarro y subía el volumen de la oreja de Van Gogh y Dani Flaco.
Y pensaba. Y un poco echaba de menos. Al menos un ratito.
Y luego, volvía a sonreír. Al final, hemos vivido Luchi. Estamos viviendo. Y eso, eso es lo más grande.
No lo estás haciendo tan mal tía.

Ha sido un finde especial.

Me quedo con dos cosas.
Una la he sabido siempre. Y cada día me cercioro más.
No importa dónde estés, no importa que a veces no haya agua, o cuando te metas en una piscina sea en una hinchable de los chinos para niños de tres años y casi no te quepa el culete.
No importa nada, más allá de la gente con la que decidas compartir momentos vitales.
Eso, joder, eso es lo esencial.

De la segunda, pues bueno, digamos que la intuía.
La memoria es un arma de doble filo.
Y claro que hay momentos:  cuando me aterroricé en el caballo, cuando nadie dio un duro porque pudiese caminar al día siguiente o si quiera que no acabase bajando del caballo, cuando se hacían bromas, cuando me levanté delante de todos incluido los nuevos amigos que habíamos hecho a contar un chiste o cuando llegaba el amanecer y yo echaba de menos unas caladas diferentes a las del cigarro, con una charla o hartándome a llorar de la risa mientras todos dormían, dónde la memoria jugo malas pasadas.
Tampoco malas. Hmmm diremos que se puso un poco puñetera y dijo: Sorry tía, aquí estoy y sí, te vas a acordar un poquito de alguien.

Pero bueno, me mola acordarme siempre desde el cariño.
Siempre desde, claro joder, me falta algo que molaba.
Algo que nosotros teníamos y no lo tengo con nadie más aquí.
No es tan fácil de encontrar.
Este finde, entre todos ellos tampoco has conseguido ver a nadie que se entienda a la perfección con la mirada o se ría de las mismas cosas que tú porque hay cosas que solo vosotros pilláis.
No lo he visto.
Y al final, eso siempre me remite al cariño y a que joder, que guay haberlo tenido.

Creo que siempre hay complicidad con la gente que eliges de amigos o de pareja.
Pero hay niveles de complicidad, compartiendo un porro de madrugada, riéndote de un “que te cuentas” o mirando el cielo en silencio porque sois los único campeones a copas de la casa, que solo se consiguen con unos pocos en la vida.
En general.

Asi que a pesar de que todo acabe destrozado después. Absolutamente todo.
Valió la pena.

Y por eso, obviando a la coleguita memoria que a veces es un poco jugona.
Más de la cuenta.
Vuelvo con una sonrisa de oreja a oreja.
Porque cada día intento vivir más en los momentos y porque, como todo en la vida, hay fines de semana. Y hay fines de semana.

Estamos. Aquí y ahora. Son conceptos que a veces olvidamos valorar como merecen.
Intentad recordadlo más a menudo.
Aquí y ahora.
Estamos.
Felices sueños.

L.





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