THELMA & LOUISE
" Van huyendo Thelma y Louise
a través de un cielo que se escapa
donde ya ni dios puede dormir
(...)
No necesitarán más que algo de alcohol y una pistola " - Thelma y Louise (Travis Birds)
En aquella época compartíamos piso en una
calle de Madrid.
A nuestro hogar lo llamamos Pacífico, por
eso de hacer poesía. Que nos gustaba.
La metáfora de la cantidad de infinitas
guerras que se organizaron allí quedaba de puta madre con ese nombre.
La cantidad de batallas perdidas, más
adelante, lo convertirían en nuestro propio infierno.
Una cárcel de recuerdos en la que costó
vivir.
Nos recomendábamos libros y películas.
Escuchábamos canciones.
Fumábamos y bebíamos lo que nos daba la
gana, a cualquier hora de cualquier día.
Te hablé de Thelma y Louise.
Te pedí que la vieses porque es una de
mis favoritas.
Te gusto. Te encanto.
Tanto, que nos convertimos en ellas y ni
siquiera nos dimos cuenta.
Ella, tenía un sin fin de historias en la
cabeza que no se había atrevido a vivir.
Yo, había muerto muchas veces a causa de
las mías.
Conocernos fue llevar el coche a casa y
pedirle que se montase.
Thelma lo hizo.
Por eso dijimos que fue Louise quien se
encargó de ese volante.
Me viste cara de desastre. Y tu, llevabas
mucho tiempo buscando uno lo suficientemente fuerte como para dejarte arrastrar
por el.
Thelma de copiloto empezó a disfrutar el
aire en la cara de nuestro descapotable.
A veces, el aire es tan fuerte que parece
que golpea, le decía, pero hay hostias que son magnificas.
Y ella, comenzó a hacerse adicta a eso de
que le hiciesen herida, en vez de ser acariciada para después poder observarla.
Nos perdimos por la carretera.
En cada vía de servicio cometíamos un
nuevo error.
Y no supimos frenar a tiempo.
A Louise le enamoraban las causas
perdidas desde que nació.
A Thelma, le gustaba cargar pistolas
porque en el fondo siempre supo que tenía una última bala reservada para ella
misma.
Por eso seguimos hacia México.
Cada vez cavábamos más fuerte el agujero
negro donde metíamos la cabeza para respirar.
Y cada vez, acelerábamos más el coche.
Era fácil.
Llegamos a un punto en el que retroceder
no hubiese servido porque nos habíamos dejado el corazón en un destino al que
nunca conseguíamos llegar y sin embargo, había siempre alguna forma de cargar
el deposito de nuestro coche azul para intentar alcanzarlo.
Thelma atrapada en si misma.
Louise sin alas, vivía de inventárselas.
Thelma se folló a sus miedos en un hotel
de carretera.
Louise nunca supo deshacerse de los
recuerdos y los llevaba sellados a las manos en los anillos que no abandonó.
La historia tenía un final demasiado
evidente.
Que bien te quedaban los pantalones
ceñidos en esas piernas infinitas donde cometiste el peor de los atracos a mano
armada contra ti misma. Darte de bruces con ese “No”.
Que melena tan rizada llevaba Louise
cuando se dio cuenta de que ella era una historia que jamás iban a empezar.
Ese libro se va a quedar cerrado en una
mesilla. Ahora ya lo sabes.
Thelma, eras guapa hasta llorando.
Louise, llorabas cuando te ponías guapa.
Thelma con el arma en el bolsillo.
Louise con la botella al volante.
Thelma, la sonrisa de ese cowboy de media
noche te hizo perder muchas más cosas que el dinero. Recomponerse implica una
cantidad inmensa de noches llorando maquillaje frente al espejo.
Louise prefirió la huida antes de hacer
cómplice a Jimmy Lennox.
Ella le cuidaba a su manera y de esa
manera él nunca se enteró.
De cualquier forma él jamás le habría
pedido que frenase para llevarla de vuelta a casa.
Y ella lo supo, tiempo después.
La gasolina se iba gastando en cada
intento nuevo de levantar las rodillas del suelo.
Cada caída era más fuerte y más grave.
Las acorralaron antes de llegar a México.
Pero no fue la policía. Fue la vida.
Un verano deprimente y unas vistas al
precipicio preciosas.
Louise no sabía que hacer.
Louise había hecho que Thelma emprendiese
un viaje del que ahora dudaba hubiese merecido la pena, cuando una vez estuvo
convencida de ello (s).
Pero Thelma, no quería pegarse el último
tiro aún. Ese que os he contado tenía reservado para si misma.
Thelma quiso hacer aquello que tanto
había amado Louise toda la vida.
Saltar. Saltar en los vacíos más
profundos.
Se dieron la mano.
Louise arrancó el coche.
Hubo finales distintos.
Al fin y al cabo eran mujeres diferentes.
Las malas lenguas dicen que murieron al
caer.
Pero Louise sabe que Thelma aún guarda
esa última bala y no piensa desperdiciarla tan pronto.
Thelma, descubrió que un cowboy de verdad
nunca es de media noche, aunque tenga la sonrisa ladeada. Eso siempre le gustó.
Thelma pasea sus piernas perfectas pero
ahora por fin sabe que lo son. Y si duda, nadie excepto ella lo sabrá porque no
volverán a derribarla ojos ajenos.
Louise, sigue volando sin alas. No puedes
hacer olvidar a un pájaro la adrenalina de poder caer en picado.
Louise, vuela sola. Reincide alguna vez
en una cama donde durante aquel viaje pretendió quedarse a vivir.
Pero ahora, solo es un colchón done
frenar de vez en cuando y algún día no se acordará de volver.
Thelma abandonó las películas de su
cabeza para materializarlas en cine – del bueno.
Louise sigue rockanrolleando al llegar la
noche.
Thelma encontró algo parecido a ser feliz
aunque a veces los monstruos invadan su intimidad.
Louise sigue metiéndole primera a la vida
pero ahora ya no lucha contra si misma.
Thelma cada día es más ella y menos lo
que quisieron que fuese.
Louise ya no acepta flores si no
pretenden plantarlas en su jardín.
Thelma no volvió a temer el fuego pero
nunca más se quemará por quién no lo apague por ella.
Louise siguió escribiendo sin necesidad de volver a
abandonar libros en manos equivocadas que no supieron valorar ni la historia,
ni a ella.
Thelma inmoló pacífico.
Louise inmoló el concepto equivocado del
amor.
Thelma y Louise,
Louise y Thelma,
Vivieron para contarlo.
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