Estoy aterrorizada y no sé cómo se deja
de sentir esta bola que pesa y pesa y me hace daño.
Tan pronto no tengo dudas, porque no las
tengo.
Porque
sé que va a estar bien.
Que
siempre estás bien.
Como de pronto no me fío de nada y la
cabeza da vueltas sobre el mismo eje negro que me brota de los ojos y se me
para todo en esa puta palabra.
En
esa.
Ando confundida vagando por esta sensación
de impotencia y me cabrea que te pase a ti.
A ti, que rebañas la vida a cucharadas y
que lo haces incluso ahora
Mientras
yo estoy tan, tan, tan inimaginablemente enfadada con ella.
Odio ser un reloj de alarma que se
dispara en lágrimas por sorpresa.
Tan pronto estoy fuerte y convencida como
me hago triste y débil
Y no puedo permitirme ser débil
Y menos aún contártelo
Porque se me caerían las mejillas de
vergüenza al mirarte sosteniendo la enfermedad y sin embargo, aferrado a
quedarte.
Y te quedas. Y lo vas a hacer.
Y todas las demás posibilidades son una
mierda ante la que no pienso dar la cara
Y mucho menos debería dejar que se
colasen en mi cabeza los ratos que flaqueo.
Te pido perdón en papel porque no me
atrevo a verbalizar (te) este miedo.
Porque ¿con qué derecho te digo que estoy
temblando desde entonces?
Ojalá pudiese pedir que me cojas en
brazos y hacerme una bolita muy, muy encogida, sin sentir que soy una injusta y
una niña cobarde.
Y es exactamente eso lo que soy. Y lo que
siento.
Y por eso te escribo sin poder contarte
que si tú te vas,
yo
ya no voy a ser capaz de entender nada en el mundo. Mucho menos el mundo.
Quédate por favor. Se lo ruego al papel
porque tú ya me lo has prometido.
Quédate por favor,
Que no voy a volver a entender la poesía
compartiendo un café mientras la tarde pasa a ser noche, si no es contigo.
Quédate por favor,
Que nadie va a regalarme nunca mi nuevo
libro favorito si no eres tú.
Quédate por favor,
Que no podré amar la vida, amar a nadie,
nunca más, si tú no estás.
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