QUE TENGO MIEDO Y NO TENGO DONDE IR.
"Todo me llega débil como un baile lejano.
El mundo tiene a veces sabor de Noche Vieja." - L. García Montero
Cuando cierro los ojos agarrada a tu mano
por un momento solo existe eso.
No hay sonido externo. No hay mayor paz.
Vuelvo a ser tu niña de tres años
descubriendo el universo con ojos de “astro niño” – tú sabes de que hablo.
La de diez con la edad del pavo.
Y la de veinticinco que te necesita. Te
necesito mucho.
Luego abro los ojos y reconozco estas
cuatro paredes entre las que estamos.
Y la
realidad me abofetea la cara.
Nunca me han metido una hostia tan
grande.
Tampoco tan fuerte.
No me han noqueado aún porque te beso el
moflete, que ahora es más suave, pero sigue siendo mi moflete. Y me respondes
con una sonrisa.
Hay que joderse, cada vez que sostengo tu
mano mientras reposo la cabeza a tu lado pienso:
Pelea
por favor. Pelea.
Y tú aprietas de vuelta, como si
asintieses. Como si lo supieses.
Sé que estas mas débil, a veces te veo
más pequeñito, pero cuando escucho tu voz sé que ahí dentro esta el mayor de
los gigantes.
Tú fuerza. Tú pasión por vivir. Tú.
Tú y siempre tú.
Respira mi vida. Respira que me alimenta.
Me alimenta tu risa,
Me alimentan las poquitas palabras que
articulas al día,
Me alimenta tu lucha. Nuestra lucha.
Ahora mejor que nunca entiendo el
dolor y el miedo.
Por eso, ahora mejor que nunca, no podré
volver a poner en papel descripción ninguna de los mismos.
No existe morfina, no existe poesía, no
existe medicamento para cada órgano vital que se me ha desgarrado por dentro
desde esto.
Pero te miro.
Me paso horas aquí, te miro.
Sintiendo (te) cerca y sintiendo (me)
protegida.
Porque da igual dónde estés, que dónde yo
esté contigo ahí estaré segura.
Y entonces vivir vuelve a parecerme
maravilloso.
Mientras tú sigas conmigo.
Mientras
tú sigas conmigo nada duele,
nada
me daña.
Esto se parece a caminar sobre una cuerda
muy fina que cuelga del aire.
Y cada día es una victoria. Cada hora es
un regalo.
No me contaste que nos podía pasar.
Y ahora, tengo que aprender de cero a
sostenerme sobre la cuerda,
y te
escribo.
Porque cuando tus ojitos me miran, solo
recuerdo sonreír,
solo recuerdo decir:
Te
quiero,
Y te quiero.
Y te quiero.
Joder,
Joder, cuánto te quiero.
Por eso escribo. Para que no me abandones
en esta cuerda a la que pretendo aferrarme hasta que me sangren las manos y
después también.
Nadie me va a mover de aquí. De tu lado.
Nada existe para mi ya fuera porque solo
puedo, porque solo quiero,
estar dónde estoy.
Entrelazando mis dedos con los tuyos.
Cuando cierro los ojos, agarrada a tu
mano,
Por un momento todo pasa
Y tú y yo,
Solo somos tú y yo
Y ya nada más importa.
Sabes, al coger el Taxi de vuelta he
tenido que pedirle al conductor que subiese la música. Necesitaba algo que
acabase con el atronador sonido del silencio cargado de sentimientos
contradictorios que se produce en las habitaciones de hospital.
Entonces, en vez de subir la música me ha
dicho: “Tengo algo mejor señorita”
Y ha puesto a Freddie Mercury.
Y me he acordado de ti.
Te habría gustado aquella escena.
Te habría gustado la magia del momento.
Tú habrías hecho lo mismo.
Tú siempre me alegrabas la carretera.
Ya ves, es cierto lo que nuestro Mufasa
decía;
Vives
en mí.
Y
vives. Que es lo más importante.
Algún día, cuando pase la tormenta, te
voy a leer todo esto mientras bebemos cerveza en Berlín como dijiste ayer.
O en Madrid,
O dónde sea.
Pero juntos.
Algún día,
Cuando pase la tormenta.
Te quiero. Tanto.
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