BON VOYAGE.





Empiezo a ver algo de luz al final de este túnel.
Lo sé porque me escuecen los ojos y vuelvo a tener pulso.
Había olvidado lo que era sentirse, si al final de todo pudiese añadir “viva” sería la ostia.
Me he acostumbrado a la penumbra desde que te conocí, edifique un muro de piedras a las puertas de mi cueva, para no salir, y que nadie pudiese entrar.
Ha sido agotador.
Dejar restos enteros de mi vida en ti.
Ojala no olvides mi olor.
De repente, estas manos quieren acariciar de nuevo, mis pies corren hacía alguien que ya no eres tú, mi pelo se contonea rebelde y mis caderas descaradas.
Vuelvo a distinguir colores y me importa si hace sol, y si el cielo esta azul claro o marino, y si Madrid se deja pasear hoy.
Y que me importe cualquier cosa, que no sea si en mi teléfono la llamada entrante es tuya, significa que el desfibrilador funciona.
Me puedes ver en alguna terraza del centro, comiendo patatas y bebiendo tinto, estoy rodeada de gente, con movilidad infinita para planes esporádicos.
Esto, es, porque he golpeado la silla de ruedas contra el espejo para no ver más el reflejo de una mujer, atada días enteros hasta que quisieses contar con ella.
La impaciencia siempre fue mi punto débil, pero contigo saque un máster en esperas y he decidido que quiero seguir corriendo, por la carretera de otros brazos sin semáforos en rojo para mis besos, sin paradas de autobús para mis sueños, sin reformas en el corazón, sin atascos para mis abrazos, sin multas para quererme.
Las cartas siempre llevan al olvido, X, y yo debí de escribirte demasiadas.




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