EL TALÓN DE AQUILES














 “Eres la discoteca en la que me gustaría morir por un atentado de ETA.”
 Angélica Liddell



Tiene la cara roja de las ostias que se dio contra sus caderas.
La piel incendiada de las noches de odio, sudando amor.
Los labios resecos de no escucharla jamás reconocerse enamorada – en presente.
Resbala arena por sus manos de tantas veces que intento acariciarla mientras ella, queriéndose dejar atrapar corría demasiado rápido.
Los ojos ciegos de no verla venir.
El olfato atrofiado, Madrid huele a ella.
Pero sigue siendo el capullo más guapo que os vais a echar a la cara, vosotras.
Su piti medio encendido le recuerda que aún puede vivir de las cenizas o resurgir de ellas. Porqué iba a esperarla.
El alma se le ha perdido tantas veces que ahora hasta la regala.
Los cuervos en la cabeza, el pájaro es él.
Nunca supe hacer un nido suficientemente solido para caber los dos.
Lo de hacernos los desconocidos es nuestra manera favorita de jugar al ahorcado.
-“mándame tus letras”, que yo no las entiendo.
-“Otro verso más” en el que no estas.
Tiene las mentiras edificadas en las piernas – chavalas, el talón de Aquiles era el corazón.
Su accidente favorito ocurre en las barras de bar, y siento decirte, guapa, que no eres tú, son los grados de olvido que contiene la copa.
¿También me vas a decir que eres la mujer de su vida? Déjame contestarte que la pólvora inflama, prende y luego solo queda el disparo.
El balcón de mis ojos de gata se lo deje abierto yo,  él te cantaba una canción al oído a ti, y a Sabina le dieron las diez componiéndome un tema.
Si te digo que cuando tu vas con él, yo he vuelto sola, te estoy hablando de mi manera de salvarme.
Me dices con voz de niñata enamorada que su guerra es mejor compartida.
¿Cómo, contigo?
Le he visto batallar la más dura por las mañanas mirándose al espejo, no me jodas, pava.
El pulso no le tiembla por vosotras, enteraros ya, fueron los gritos mirando al cielo pidiéndole que “volviese”.
Se le ha caído el mundo a los pies tantas veces que vive en tierra de nadie.
“Ciudad de Dios” fuimos nosotros. No me tengas envidia chata, hablo de un suburbio en Río de Janeiro.
No le arañes tan rápido como para que no vea lo bien que lames la herida después.
No me hagas ni puto caso nunca.
Y sobre todo, no me vengas a contar quién es, si le dibuje manca y lo reconozco a oscuras.

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