EL VALS DE AMÉLIE









 



 “¿Qué quieres?”
“Llórame”
Y acaricie su mejilla dentro de mi cama, aquella noche.
Fue como las tormentas de verano, él era eso.
Era, vendavales, huracanes y destrozos en mitad de días soleados.
Él era su propia Guerra mundial.
Le faltaron abrazos en la infancia, besos de buenas noches, la mano el primer día de colegio.
Yo nunca pude culparle por destruir lo que amaba.
Cuando la vida te deforma la cara con una patada de ausencia antes de cumplir los trece, ¿Cómo no convertirte en principio y final? ¿Como no crecer volviéndote masacre?
Sin embargo, derrochaban ternura las solapas de sus cazadoras anchas, nunca hizo falta que me suplicase amor, y de hecho jamás lo hizo, para verle necesitarlo más que el resto cuando sus manos, cuando su cigarro, cuando él.
Hay tristezas que tienes que amar toda la vida, aunque ya no quieras ser musa de sus letras, falda por la que pierde el vuelo, arañazos en su espalda.
Abrazo el recuerdo de los comienzos, cuando aún al mirarnos éramos desconocidos, cuando todo pudo ser, antes de acabar siendo nada.
No dejaré de observar melancólica Moncloa, sentada en nuestra terraza, recordando las promesas y los viajes que dejamos de propina.
Mi moño, tu cerveza, mi sueño, tu Resaca.
La vida te ira meciendo y nos ahogaremos en el mismo mar donde una vez nos bañamos juntos.
Cuando dibujes castillos de arena, cada día con una princesa nueva en el balcón, acuérdate de vez en cuando de la que en lugar de sonrisa tenía una especie de mueca.
Yo, cuando voy por los tejados, alguna vez sigo maullando tu nombre.
No se trata de ocultar la pena, pero, sí, de entender que nadie perdió la dignidad al amar y no ser correspondido.
Fue un acto valiente mutar mis garras en pétalos de rosas, aun a sabiendas de que si no las riegan, mueren.
Te sigo viendo en las barras de bar, esperando el fin del mundo con una copa en la mano.
Y,
Tú, que ya no me conoces, seguirías reconociendo mi pelo en todos los parques de Madrid que ya no frecuento.

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