TIEMPO DE CERTEZAS
“Y comprendí que nada había
cambiado, ojala nunca la hubiera encontrado.
Te juro que era buena chica,
aunque con poco apego a la vida.”
La vida se le atravesó en el pecho cuando papa se marchó de casa.
El cáncer fue de garganta por las veces que mama y ella se sostuvieron
del cuello al decir “te odio.”
Arraso con todas las casitas de muñecas de la infancia con una patada
decepcionada.
Quemó la inocencia al tragarse el humo del primer cigarrillo.
Se encerraba en el cuarto con películas en blanco y negro; como su
punto de vista.
Perdía lagrimas en las paginas de libros y recuerdos en canciones.
Siempre suena la voz de papa si sube el volumen de Víctor Manuel
cantando “Nada Nuevo bajo el sol” y tiene besos de Mama por el cuerpo
contándole porque Serrat titulo a una canción “Lucía”.
El abuelo recitaba versos mientras ataba sus pies a las patas de la
silla del comedor donde todas las cenas parecían la última, hasta que hubo una
última, de verdad.
Mi abuela es el “Ángel de la casa” de Coventry Patmore y la madre de
mi madre y mía también.
Todos y nadie tuvieron la culpa de mi muerte.
Un pueblo en la Sierra de Gredos es donde dicen que sucedieron
todas “las primeras veces.”
Me enamoré por primera vez del olor a leña quemada.
Y me enamoré, a secas.
me ganó la batalla un Malibú con Piña noqueándome en el suelo.
Incluso pedí una pausa a tiempo en aquella plaza al cantar “Porque son
mis amigos”, saltando con los tacones en la mano al ritmo de escape y prediciendo
mi propio futuro al entonar que “los Domingos me suelo jurar que cambiaré de
vida”.
Luego se aficionó al color negro en las uñas por que las bofetadas
sonaban más bonitas.
Se rasgo los pantalones porque le dijeron que hacerlo con las muñecas
ensuciaba mucho.
Se soltó el pelo a la vez que las riendas cuando decidió que no solo
James Dean iba a ser un “Rebelde sin causa”.
Todos y nadie tuvieron la culpa de mi muerte.
Se desploma en pedacitos sobre folios de papel, tal y como el abuelo le
enseñó, “barquitos de papel tiras al aire”. Yo siempre quise que poesía volase.
Pero dos veces tuve que despedir versos mortales en una Camilla de
hospital por culpa del cáncer y a la tercera no llegue.
Si te recuerdo seguimos viendo “El primer caballero” los Domingos por
la tarde y aún hueles a cigarros de chocolate, esos con los que debiste
incitarme a fumar sin darte cuenta.
El Dandy y el poeta.
El poeta y el Dandy.
La nieta que no os dijo adiós.
Me hago trenzas porque recogen las mañanas que me levantabas para ir al
colegio papa y odio las matemáticas porque nunca volviste a repasar las tablas
de multiplicar mirando por el retrovisor.
Solo conozco una versión de “Princesa” mejor que la de Sabina y eras
tú diciéndomelo en diminutivo antes de ir a dormir.
Port tu culpa acabe creyéndolo.
Lo malo es que también me creí
lo de los chicos corsario de alma bucanera y si tu escribías sonetos me perdí
cuando lo encontré a él escribiendo canciones.
Sus manos al volante me recordaban a las tuyas tanto como el agujero
que hizo en mi pecho al decirme “No te quiero.”
Todos y nadie tuvieron la culpa de mi muerte.
Sigue tropezando consigo misma antes de poder alcanzar tus expectativas
mama, pero también se le achinan los ojos cuando sonríe, al saber que juntas
aprendimos a ser dos en una casa de tres.
Nunca me compraste el perro que me prometiste a los dieciséis papa.
Ni me dejaste tener una gata negra, de esas que aguantan en los
tejados de Zinc Calientes, mama.
Te conté esa historia una vez mientras trepaba por tu cuello, o me
enredabas con tus brazos , o tal vez fue durante las noches que te obligué a
ver películas que denominabas “aburridas” mientras yo afirmaba: “clásicos.”
menos mal que mi nevera siempre ha rebosado cerveza y esa era tú parte
favorita.
La mía era el color verde con el que me miraban tus ojos.
O nosotros en mi cama.
Puede que extremo en el coche.
Te perdono el haberte olvidado de la historia,
la película,
y empiezo a creer que de mí,
solo porque después de follarnos hasta el sentido en aquel baño me
miraste como quién te dice “quédate”,
y yo, llevaba la muerte, de la que todos y nadie tuvieron culpa,
esperando que alguien me lo pidiese.
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